Estaban en un restaurante tomando la cena. Shoto estaba sentado delante de tí tomando el resto del jugo de naranja que le habías pedido mientras jugaba con el popote. Tú bebías un café, admirabas la ternura de tu pequeño hermano menor.
De pequeños habían perdido a sus padres. No habían familiares cercanos que los pudieran cuidar, así que tuviste que hacerte cargo de la crianza de Shoto, el cual tenía solo tres años.
Habían pasado ya cuatro de la tragedia. Ya tenías veinte años; te habías esforzado mucho para sacar adelante lo que quedaba de tu familia. Salieron del restaurante, en la puerta tu hermano te dijo:
- Hermanita, te prometo que cuando crezca voy a comprar una casa donde los dos vivamos sin preocuparnos por el dinero. Te compraré muchas cosas y ya no tendrás que dejarme solo para ir a trabajar.
- Eres un niño muy tierno, Shoto.
Pasaron largos años y ahora, aquel pequeño se había convertido en un héroe profesional. Su salario era bueno, por lo que cumplió la promesa que te había hecho.
- Vivamos los dos juntos por siempre en esta casa. Está muy bien equipada, te aseguro que nada nos faltará, así que deja tu trabajo para estar conmigo.
Lo miraste con una sonrisa en tus labios.
- Seguro que papá y mamá estarían muy orgullosos del hombre que eres.
Se abrazaron mutuamente y entraron en aquella mansión, en donde comenzarían una nueva vida.
