Capítulo 6. Convéncela

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Raquel no pudo decir nada, lo único que hizo fue asentir y mirar el suelo, mientras soltaba lágrimas, que corrían de manera desesperada por sus mejillas. Esta sorbió y alzó la mirada, pero sin verle, procedió a querer dirigirse hacia la habitación, pero este la detuvo. Y lo hizo de la peor manera, pues había posado su mano en su vientre.

―Raquel.

Ella se hizo a un lado con todo el valor del mundo, para que la dejase pasar. Este no puso más resistencia. Sabía que no había vuelta atrás a lo que había dicho, no había manera de arreglarlo, más que pedirle perdón, cuando le dejase hacerlo. Sabía que tenía que darle un tiempo para ello, o al menos aquella noche. Y que en la mañana podría hacerlo. No entró a dormir a su habitación, como pudo, se acomodó en el sofá. Ni siquiera se tomó la molestia de entrar a cambiarse de ropa, no quería molestar a Raquel. Sería capaz de despertarla y pedirle que hablasen o más bien que le escuchase, porque en su ser no cabía el daño que le había hecho. Acababa de confesarle que le quería, y él no le había dicho nada. Le costó dormirse, pero al final, lo consiguió.

A la mañana siguiente, Raquel se despertó temprano y se percató de que él no estaba ahí con ella. El lado se veía intacto, no había dormido ahí. No quiso pensar más allá en sí había pasado la noche en el departamento o sí se había ido con Serena al saber que ya estaría en el suyo para cuidarla, pue anoche estaba ebria, y seguro que volvió horas más tarde. Se levantó para ir al baño y fue que, por simple curiosidad, se fijó si estaba. Y sí, durmiendo en su sofá. Raquel por primera vez no había pensado en irse sin despedirse. Quería hacer las cosas bien, pero miró hacia la puerta y creyó que esta no sería la ocasión, y que era un buen momento para escapar.

Entró con cuidado a la habitación que tenía de estudio y a simple vista pudo ver aquellas hojas rojas que tenía en su escritorio. Tomó una, junto con un lapicero y escribió algo. Salió de ahí ahora sí a la principal, a recoger algunas de sus ropas que tenía regadas. Las metió dentro de su maleta y para su suerte, no había desempacado aún. Esta se encontraba a un lado de su clóset. El día de ayer se les pasó volando con eso de que ella durmió hasta medio día, salieron de compras, acomodaron estas y demás. Así que Raquel no había hecho tanto desastre con ello. Sus zapatos de anoche y su abrigo estaban en la sala. En el fondo, Raquel sabría que volvería a verlo algún día, así que no le importó no empacarlos. Tampoco se trataban de sus zapatos favoritos. Como pudo intentó no hacer tanto ruido para poder irse. Sergio estaba completamente privado en su sueño, Aquel sofá no estaba del todo cerca de la puerta de entrada, por lo que el ruido no le tocaría lo suficiente, sin embargo, se removió. Raquel se quedó parada, esperando que volviese a tomar el hilo de su sueño. A su abrigo le tenía algo de fe de que estuviese en el otro sofá que había, pero no, estaba en donde Sergio dormía. Raquel lo observó, y se aguantó las inmensas ganas de llorar. Le había confesado anoche que lo quería y no había sido correspondida. Había perdido aquella oportunidad. Abrió la puerta delicadamente y sacó sus cosas, se quedó parada por un momento antes de cerrar, pensando si hacía lo correcto al huir de esa manera, pero realmente ella quería dejarlo estar, ella sabía que había arruinado todo. Cerró, para ahora sí, poder marcharse de aquel edificio.

Sergio despertó a los pocos minutos, soltó un suspiro y se pasó las manos por la cara. Tomó sus gafas de la mesa de centro y se las puso. Se levantó un poco adolorido. Era la primera vez que no dormía en su habitación en su propio departamento. El aroma de su ropa le llegó de primera instancia, el olor de cigarro de la fiesta de anoche se había quedado impregnado, a pesar de que él no había fumado. Miró al piso y vio los zapatos de Raquel. Decidió tomarlos para acercárselo a sus cosas, no sabía si entrar ya o esperar a que ella saliera de la habitación. Dejó los zapatos asentados fuera de, para ir un momento al baño. Cuando terminó de cepillarse los dientes, se percató de que el cepillo de ella, no estaba. Lo dejó y se dirigió a la habitación, abrió bruscamente y efectivamente, ahí no había nadie. Miró alrededor de la habitación para creérselo aún más, su maleta no estaba, su mochila no estaba. Ella ya no estaba ahí. Se acercó a la cama y vio el pedazo de hoja que había. La desdobló y tenía escrito un "Lo siento." Arrugó aquel pedazo de papel y lo aventó a cualquier parte de la habitación. Se pasó las manos por la cara, quitándose sus gafas, pegando un grito frustrado. Se sentó en la cama, y cerró en su puño parte de aquel edredón, sacando todo lo que tenía dentro. Furia, enojo, tristeza. Tenía mil cosas en la cabeza. Comenzó a llorar desesperadamente, sabía que todo se había jodido. Ella no tenía por qué disculparse, él sí.

De septiembre y para siempre | Serquel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora