Capítulo 17. Verdades

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Jueves, 10 de diciembre del 2015.


―Voy a salir a caminar un momento ―avisó Raquel, tomando su abrigo que estaba colgado en la silla de la isla, justo donde Sergio se encontraba. Este se giró de inmediato a verla, dejando su tenedor en el plato.

―¿Sola? ―preguntó y ella asintió, mientras se colocaba dicha prenda. Sergio suspiró y miró al piso― Vale ―murmuró levantándose, relativamente rendido. Sabía que no podría volver a discutirle aquel caso―. ¿Te vas a llevar el móvil? ―la observó nuevamente, buscando dicho aparato con la mirada. Esta lo sacó del bolsillo trasero del pantalón y se lo mostró―. Bien, cuídate mucho, por favor. No tardes y avísame cualquier cosa.

―Claro ―se acercó para darle un beso y este la tomó de la cintura, apretándola contra él levemente y lo poco que podía en realidad, su vientre ya los mantenía distanciados. Lo soltó y este a duras penas, también lo hizo. Asintió, al verla dirigirse hacia la puerta y soltó un suspiro pesado cuando se cerró.


...


Estaba ya de regreso, había pasado al mercado de la abacería por algo de fruta y no hubo un motivo en específico por el cual había salido sola, simplemente le apeteció, sobre todo caminar, aunque cada día sentía que le costaba un poco más moverse.

El dolor del fallecimiento de su madre cada día sentía que era menos, y eso le hacía sentirse mejor. Estaba segura de que su madre no quisiera que siguiese estando triste. Esta lograba entender que ella ya había cumplido su misión en la vida y lo mejor que podría hacer es recordarla con todos los buenos momentos vividos.

Estaba en el ascensor, cuando su móvil comenzó a sonar. Esta rio levemente al pensar que se trataría de Sergio. A pesar de que estaba a nada de llegar nuevamente al departamento, sin verificar que se tratase de él, solo deslizó el dedo en la pantalla para contestar y poder decirle que al menos le abriese la puerta.

―¡Amiga! ―sonó del otro lado de la llamada. Raquel se quedó paralizada. Las puertas del ascensor se abrieron, haciéndola avanzar fuera de este.

―¡Mónica, hola! ―saludó en un intento de euforia. Parpadeó repetitivamente y tragó saliva.

―¿Cómo has estado? Tía que ya tenía rato de que no nos hablábamos.

Así solía ser la relación que tenían. Podían pasar días, meses, sin saber de ellas mutuamente y un día hablarse como si nada. Antes solían reunirse bastante seguido, pero poco a poco fueron disminuyendo aquellos encuentros, hasta dejarlo casi solo en períodos vacacionales o aquellos raros días que solían tener libres. La última vez que se habían visto fue por ahí de junio, cuando decretaron que a parte de la distancia que ya solían tener, sería menos las reuniones, debido a que Alicia estaría demasiado ocupada con su hija. El punto de reunión la mayoría de las veces solía ser la casa de esta.

―Bien, bien ―respondió Raquel, tratando de sonar convincente, mientras caminaba lento hacia el departamento―. ¿Y tú? ¿Qué tal el trabajo?

―Uff ―bufó―. Pesadísimo, pero no me quejo, que eso nos da ―rio leve―. ¿Y tú?

―Bien, también, normal, como siempre ―se mordió el labio. Estaba nerviosa, y temía que esta podría notarlo. Nerviosa porque su vida había dado un giro de 180 grados y su amiga no estaba enterada de nada―. ¿Qué tal Daniel?

―Acaba de salir a comprar la cena ―hizo una pausa―. Oye, hablando de eso... Yo sé que aún faltan un par de días, pero igual que no lo suficiente ―Raquel se detuvo frente a la puerta y apretó los ojos, sabía lo que estaría a punto de decirle―. Tenemos que empezar a ver que comeremos esta Navidad, ¿no?

De septiembre y para siempre | Serquel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora