Diagnóstico

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—¿Puedes dejar de mirarme así? — le preguntó a Ariadne, mientras veía el pantalón blanco que descansaba sobre sus piernas.

Ella simplemente observó como el chico apretaba una botella plástica que en su interior contenía jugo de naranja. Era la forma que Zareck había encontrado de liberar la rabia que seguía ferviente dentro de él.

—Ari, — y eso se había escuchado como una queja.

Su psiquiatra estaba sentada a un lado de él, sobre el pasto verde que parecía ser sencible a su dolor. Su mirada se paseó por el jardín, a pesar del frío, le gustaba ese lugar. Y después, encontró la mirada de Ariadne sobre él, cómo si esperara una reacción violenta de su parte.

Y por insistencia de Ari, estaba sentado en ese jardín, bebiendo jugo de naranja.

—Acabas de intentar quitarte la vida, — le dijo la chica, mientras un suspiro escapaba de sus labios.

—No soy suicida, — dijo Zareck, alejando el vaso desechable de sus labios. — Fue algo momentáneo.

Sin embargo, él conocía la opinión de los psiquiatras frente al sentimiento de suicidio. No creía que Ariadne fuera a dejarlo en paz hasta estar completamente segura de que los sentimientos suicida se habían ido por completo.

—Pero, puede ser...

Y Zareck la interrumpió. Con lo mucho que la jodía que la interrumpieran.

—Si quieres, puedes ponerme una camisa de fuerza o una inyección, — le dijo con sinceridad plagando sus palabras. — Realmente, ya no me importa.

Después de haberse estrellado de frente contra la verdad, todo por lo que había gritado, engañado y sangrado, todo lo que había hecho por esa personas parecía haber perdido sentido. Lo que había sucedido fue un engaño y una mentira, y esas vidas jamás regresarían.

Culpa, — sabía el nombre de ese sentimiento.

Sin ser consciente, la expresión en su rostro comenzó a cambiar súbitamente, revelando por completo las emociones que comenzaban a predominar en lo más profundo de su corazón. Y Ariadne se fijó en cada una de ellas.

Culpa, arrepentimiento y el profuso dolor que se anidaba en la mente de su paciente. Eso le decía que no se había equivocado. Zareck comenzaba a captar la realidad y aunque intentaba esconderlo, ella lo podía ver mejor.

Analizar la posibilidad de recetarle a Zareck antidepresivos ,— se dejó esa nota mental.

—Tengo un diagnóstico, — dijo por fin, después de un rato.

Realmente, no estaba segura si debía compartir aquello con su paciente. Pero, al ver el estado en el cual se encontraba el mismo, parecía prudente intentar darle una explicación de las acciones que había llevado a cabo horas atrás.

—¿Me dirás que estoy loco, como mis antiguos psiquiatras, y que no tengo cura? — sus ojos azules brillaron con algo que no supo reconocer. — ¿Que me quedaré encerrado aquí hasta que me muera?

¿Quién le había dado esa conclusión tan tétrica al chico?

—En primer lugar, no estás loco, — escuchó a Ariadne y casi se atragantó con el jugo. — Y en segundo lugar, no te creo todo lo que dijiste acerca de lo que sucedió aquel día.

Y por fin, ella había comenzado a entender. El hecho de que intentaran quitarla del medio y acabar con su vida, le había hecho ver la verdad. Quizá, aun estaba errada en algunas partes, pero Zareck había tenido la posibilidad de matarla, repetida veces, y no lo hizo. Había tenido la opción de salir de ese hospital, y el chico no había puesto un pie fuera de aquel centro.

Requiem FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora