—Su sabor, — y sintió el frío de la muerte acariciar su pómulo. — Su olor, su exquisito color, — aquello estaba causándole una repulsión gigante.
Ante la aterrada mirada de Zareck, una cuchilla brilló suavemente bajó la tenue luz que llegaba hasta la habitación. Pequeña, pero filosa, lista para derramar sangre.
—¿Los recuerdas? ¿Cómo se siente el dolor físico? — una sonrisa se dibujó en sus labios. — ¿Lo recuerdas?
Sin embargo, el horror en los ojos de Zareck no causaba ninguna emoción en la persona que sostenía el arma blanca. Ni tampoco lo hacían las lágrimas que se acumulaban dentro de aquellos profundos ocelos.
Sabía mejor que nadie que la compasión jamás había formado parte de las virtudes que dejaba ver aquella persona. De hecho, jamás había sentido ese sentimiento, jamás se lo había mostrado. Lo único que pensaba su acompañante era en derramar sangre.
—Por favor... — suplicó, sin atreverse a moverse bruscamente. — No quise hacerlo.
Estaba realmente cansando del dolor, tanto físico como psicológico. La sangre seguía causándole una repulsión que no tenía comparación. El color le recordaba aquel momento, el momento en el cual Uriah había cerrado sus ojos para abandonarse en un sueño eterno.
Y después de aquello, las incontables horas que pasó en el río lavando la sangre que manchaba todo su cuerpo y su ropa. Había intentado borrar con desesperación las acciones que había dejado que sucedieran y se había frotado tan fuerte, que había sangrado.
Uriah.
Pero, las súplicas no surtieron efecto. Las palabras que escapaban de sus labios, sólamente exitaban más a la persona que le estaba haciendo compañía. Esa visita infernal que había estado esperando desde hacía unos días, cuando había besado a Ariande.
Y el terror acudió a su mente, al sentir como la cuchilla bajaba lentamente sobre su abdomen. Respiró profundo, intentando mantenerse completo, pero falló. Podía sentir como el frío se hacía más profundo, mientras el arma amenazaba con abrir su piel.
—Ella es igual a ti, — susurró y desvió la mirada.
Una risa frigida llenó por completo la estancia, pero sintió como la presión sobre su cuerpo disminuía. Y estúpidamente, pensó que estaba a salvo, que el dolor terminaría y aquello sólamente quedaría como una pesadilla más.
Craso error.
—Que creativo eres, mi pequeño, — volvió a colocar la navaja sobre la piel nívea del chico. — Ella y yo no somos iguales, — le recalcó cada palabra con crueldad. — ¿O acaso piensas que esa perra te ama como yo lo hago?
Pero, en las acciones de Ariadne no había rabia, ni odio. En las acciones de Ariadne no habían segundas intenciones. Lo único que le había mostrado su psiquiatra era esa clase de compasión que no sé ve todos los días.
Y a pesar de todo, ella lo había cuidado.
—¿Te gustó tanto ese beso que olvidaste lo que es ser cuerdo? — la pregunta se escuchó como una amenaza, mas que como una caricia.
Muy en su interior lo sabía. No había forma de comparar a su psiquiatra con la tétrica persona que tenía al frente. Jamás había recibido un beso como ese. Nunca antes le habían dado algo tan sincero y tan suave. Detrás del beso de Ariadne no había obsesión, no había ese amor enfermo.
—Dime Zareck, — susurró. — ¿Por qué me has confundido con esa psiquiatra?
El silencio de Zareck hizo que la sangre le hirviera y el deseo fue reemplazado rápidamente por la rabia y la ira. Esta vez, no había esperanza de poder escapar al dolor. Esta vez, no había salvación para él. Estaba destinado a sufrir.
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Requiem Final
Misterio / SuspensoLibro N°2 Después de tantos años, por fin había destruido a la persona que le había robado al amor de su vida. Su corazón estaba en completa paz, ahora que sabía que su niño era sólamente de ella y para ella. Sin embargo, él la había traicionado y é...