Descontrol

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Había visto como Zareck pedía perdón a su hermano muerto y no pudo evitar reír frente a lo que veía. Por momentos, había creído que el chico saltaría por la ventana y eventualmente moriría, y eso le había traído una felicidad inmensa.

Sangre,— había canturreado en su interior.— Tu hermosa sangre derramada y esparcida sobre la hierba verde. Un escenario realmente hermoso.

Sin embargo, Ariadne Kohler había detenido las dulces acciones de su niño, sujetándolo fuertemente contra su propio cuerpo para luego doblegarlo y hacer que se arrodillara ante ella. Y mientras Zareck, llenaba sus oídos con esos desgarradores gemidos que pedían perdón, había podido escuchar sólo una de las tantas palabras que esa perra le había dicho a su hermoso bebé.

Cálmate,— eso le había dicho.

—Estúpida bastarda,— dijo, mientras sus puños golpeaban contra la mesa de madera que estaba frente a ella y le mostraba cada cosa que sucedía en el hospital. Especialmente en el ala de los casos especiales.— Pero, no te preocupes, Ari,— susurró.— Si no puedo matarte a tí, entonces lo mataré a él.

Sus ojos brillaron insanos mientras volteaba el rostro y se fijaba en otra de las cámaras. Aquel chico le había llamado poderosamente la atención desde hacía un par de días. Lo había estado viendo de cerca y su voz, lograba exitarla.

—De todas formas,— se dijo con un tono que demostraba placer.— Ya no lo necesito para que complazca mis orgasmos con sus exquisitos gritos de terror.

Tomó algunas de sus cosas y se puso en pie, dispuesta a terminar con la existencia de Ariadne Kohler y su hermoso niño. Porque, eso realmente tenía que aceptarlo, la ingenuidad de Zareck y su pensamiento infántil de que el amor es algo sagrado sólamente lo había ayudado a firmar su sentencia de muerte y el fin de su linda juventud.

—Es tiempo de que te pisotée como a una cucaracha, Ariadne Kohler,— dijo, mientras suspiraba de regocijo.— Y en cuanto a ti Zareck,— dijo, mientras acariciaba una foto pequeña del chico con una sonrisa genuina en sus labios.— Creo que con dejarte saber mi plan, será más que suficiente para que mantegas tu hermosa boquita cerrada.

Si Ariadne había creído que ese pequeño intento de asesinato era algo, entonces estaba realmente equivocada. Su juego apenas estaba comenzando y pretendía que su primera víctima fuera la pelinegra.

+ + +

Miró por la ventana y supuso que no habrían nuevas o buenas noticias. El tiempo realmente se le estaba acabando al igual que la paciencia. Y mientras miraba la extensa ciudad de Londres en todo su esplendor, no pudo evitar asquearse frente a lo que había escuchado.

Aquellas palabras seguían tan dentro de su cabeza como el primer día que las escuchó, hacía ya cuatro años de eso. Aún no concebía la idea de que pudieran existir personas tan enfermas mentalmente y fueran capaces de asesinar.

—Te gustará esto,— escuchó mientras se abría la puerta y dejaba ver a un hombre tan alto como él.

—¿Qué es?— preguntó, para luego tomar los papeles entre sus manos.

—Alguien muy especial,— le dijo, mostrándole una fotografía que le parecía realmente espantosa.

—¿De quién se trata?— preguntó sin mucha paciencia.

—Una de las adquisisiones más recientes del hospital,— le dijo, el hombre sentándose en el escritorio, de frente a su compañero.

—Will Armstrong,— leyó y no pudo contener la impresión en esos momentos.— ¿Llegó así?

Requiem FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora