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La brisa fresca le golpeó el rostro de lleno, haciendo que algunos de sus cabellos negros bailaran al ritmo del viento. Un escalofrío bajó suavemente por su espalda, advirtiéndole.

Volteó el rostro hacia la izquierda y vio las ambulancias, los paramédicos y los ayudantes revolotear al rededor de las personas que parecían dormir, pero ella lo sabía mejor. Esas personas estaban muertas.

Zareck, - sus pensamientos volaron de inmediato hacia el chico de cabellos castaños, hasta que nuevos pasos llamaron su atención.

-¿Dónde está? - preguntó la voz a su espalda.

Se tardó unos segundos en contestar, mientras dejaba que el aire le aclarara los pensamientos. Aquel día había estado plagado de emociones intensas y no había tenido descanso en todo el día.

-Se lo llevaron a un hospital, - dijo Ariadne, abrazándose a sí misma.

-¿No vas a ir por él? - escuchó la pregunta y luego volteó el rostro.

Jaith la miró y de inmediato comprendió las razones de Ariadne para no ir. Caminó hasta ella y la envolvió entre sus brazos, esperando a que la chica no le diera una patada donde más le doliera.

-No puedo ir con él, - le dijo Ariadne, dejando que las lágrimas cayeran suave por sus mejillas, pero manteniendo el mismo tono frío.

-Ari... - pero, realmente no tenía idea de que decir. - No lo vas a perder, lo prometo.

Pero, no tenía fuerzas para creer en las palabras de Jaith. Había escuchado esa frase un sin fín de veces cuando su madre adoptiva había estado en el hospital con cáncer, había escuchado las misma palabras cuando Calleigh había ingresado al hospital con un trauma cerebral, para luego ser inducida a coma y en ambas ocasiones...

Sólo fueron promesas vacías,- se dijo a sí misma, intentando no pensar en lo siguiente que sucedería.

Con un movimiento brusco de su muñeca, se limpió las lágrimas que habían mojado su rostro y se obligó a permanecer fuerte. Imbatible. Sabía que era la única forma en la cual podría ayudar a Zareck.

Y se valdría de cada pequeño detalle a su favor.

-Señorita Kohler, - una voz masculina le llamó la atención.

Ariadne sintió la brisa fresca acariciarle el rostro, como una caricia anhelada. Levantó la mirada y sus ojos se enfocaron directamente en la luna, la cual parecía brillar con demasiada fuerza, encubriendo la pequeña masacre que se había suscitado minutos antes.

-¿Sí? - preguntó, mirándolo sobre el hombro.

-Necesito que venga conmigo, - escuchó de nuevo la misma voz.

-¿Por qué? - preguntó sin saber realmente lo que estaba diciendo.

-Porque quiero hacerte un par de preguntas, - la segunda voz hizo que volteara el cuerpo por completo.

Jaith miró a Ariadne buscando algún indicio de recelo o duda en los ojos ambarinos de la chica. Sin embargo, no había ni la más pequeña muestra de desconfianza en los gélidos ojos de la doctora.

-Ari, - la tomó del brazo suavemente al ver que la chica se estaba yendo. - ¿Estás segura de que quieres ir sola?

Ariadne lo miró suavemente y esbozó una sonrisa, prácticamente, imperceptible. Una sonrisa que a Jaith, le pareció, que jamás existió y junto a esa sonrisa, había algo más.

-Por aquí, señorita Kohler, - le indicó un hombre.

Jaith lo miró durante algunos segundos, mientras los dos hombres que escoltaban a Ariadne se perdían entre las puertas del edificio. Escuchó el latir acelerado de su corazón y dejó que un suspiro escapara de sus pulmones.

Requiem FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora