Pasado III

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—Zareck, despierta cariño, — escuchó la voz dulce de la persona que le estaba diciendo unas palabras, mientras él intentaba recuperar su consciencia.

—Tengo sueño, — y dio vuelta en la cama, buscando una mejor posición.

La luz de las luminarias comenzaban a colarse entre las cortinas delgadas de color perla. Las paredes de un tono celeste comenzaban a cambiar de color con el pasar de los segundos y la mano suave, le estaba guiando hacia un nuevo sueño.

—Despierta, precioso, — la voz le susurró tan cerca del oído, que sentía que lo estaba arruyando. — Ya es bastante tarde.

Él se lo concedía. Eran las diez menos cinco de la noche y el día había sido demasiado para su corta edad, y al igual que Uriah se fue a la cama temprano, aunque hubiese deseado quedarse despierto más tiempo.

—Tengo sueño, — le dijo él.

—Pero, aún no has abierto el regalo de la abuela.

¿La abuela me ha obsequiado algo? — se preguntó, mientras se frotaba los ojos y se sentaba en la cama.

—¿Por qué no vino la abuela? — preguntó inocente, mientras miraba la pequeña cajeta que le tendía su madre. — Gracias, mamá.

—La abuela está un poco enferma, — dijo ella, pero en su mirada se veía una tristeza incomparable.

—¿Le llevaremos torta mañana? — preguntó, intentando mantener viva la esperanza de ver a su abuela.

—Lo prometo, —le dijo la mujer con ojos que igualaban a los de Zareck.

Ella lo observó en total silencio, mientras el pequeño comenzaba a abrir el envoltorio y la caja, dejando ver lo que sería su más presiado tesoro a partir de esos momentos.

—¿Qué es? — preguntó la más grande.

—La única persona que necesitas en tu vida, es aquella que te demuestra que te necesita en la suya. Por eso te envio mi corazón. En él encontrarás amor si un día te falta, en él te harás humano y cuando lo desees, el se hará más grande, para alvergar a todas las personas que en un momento te hagan feliz y se vuelvan familia, porque la familia no son las personas con las que naces, sino aquellas con las que quieres compartir tu vida y tu alegría, tus tristezas y tus penas. Aquellas con las que quieres compartir el amor, — leyó en voz alta.

Zareck sacó de la caja un estuche que era dorado y rectangular, para luego ver la cosa más rara de toda su vida. Una cadena con dos dijes, una llave y un corazón.

Pero, lo que más llamó la atención de Zareck era el corazón. A la mano izquierda estaba el ala de un ángel, o quizás de algún pájaro y a la derecha, la clave de fa.

—¿Por qué es así? — preguntó incredulo.

—Pronto lo sabrás, pequeño, — el beso cálido que se posó sobre su frente le dio seguridad.

Pero, ni si quiera mil besos más lo habrían preparado para lo que sucedería minutos después. La felicidad parecía ser efímera cuando se trataba de él o de su familia.

El escenario cambió súbitamente, y esta vez, Zareck se encontró solo en medio de la habitación blanca a la cual ya estaba más que acostumbrado. Sus ojos azules se posaban en la pared más cercana, esperando pacientemente la visita de alguien.

Preferiría que fuera Ariadne.

Sin embargo, y después de varios minutos, la persona que apareció por la puerta fue Jaith. Llevaba una gabacha blanca y algo entre sus manos, entró y se sentó en el suelo, frente a Zareck.

Requiem FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora