•Amor a escondidas•

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Entramos pegados de los labios a la habitación. Cerrando la puerta a mis espaldas dio inicio con más intensidad aquella danza de lujuria que interpretaban nuestros cuerpos.

No paraba de tocarla, la deseaba. Ni siquiera me importó si alguien nos miraba en el pasillo del hotel. Los besos fogosos y llenos de deseo habían comenzado incluso en el elevador.

En un giro brusco, la acorralé a la pared, dejándola a mi completa disposición. Detuve mi mirada un momento en sus ojos, y luego la dirige hasta el cierre de su vestido que, para la conveniencia de la situación, se encontraba al frente de aquel elemento seductor que me volvió loco con solo verlo puesto sobre su cuerpo, y que, a media cena, ya había pensado las mil y una formas de arrancárselo.

—¿Qué esperas...? Hazme tuya de todas las maneras posibles... No lo dudes... ¿O quieres que te ayude? —Con voz seductora, me miró, acercando mi cuerpo con el suyo, jalando de mi corbata con una mano, y bajando el cierre con la otra.

Su total desnudez fue lo que vi cuando aquel vestido quedó dividido en dos, y terminó en el suelo casi de inmediato. Entendí que ambos necesitábamos del otro... Nos deseábamos con desespero.

—Te recompensaré... por haber tenido un buen comportamiento estos días... y porque fuiste paciente...

Tomándola del brazo, la hice caer al sofá de la habitación. Al quitarme corbata la amarré en sus muñecas, mientras besaba sus labios con fuerza, para luego bajar a su cuello y escuchar sus primeros gemidos de placer en mi oído.

Con solo un par de besos, su respiración comenzó a agitarse, suplicó que aquel contacto iniciará, pero no lo hice. Con calma, bajé por todo su cuerpo, repartiendo besos que dejaron marca en su piel blanca.

Mi recorrido llegó al punto de partida, a ese lugar que ella deseaba tanto estimular. Abriendo sus piernas, le miré, mientras deslizaba con lentitud mi lengua por su intimidad, haciéndola estremecer, suplicando por más. Así comenzó la melodía más excitante de la noche: sus gemidos. Mismos que invadieron la silenciosa habitación, hasta que un grito lleno de placer, acompañado con una maldición y mi nombre, indicó su final.

(...)

Su cabeza descansaba en mi pecho desnudo, mismo que subía y bajaba con frecuencia a una velocidad prolongada. Habíamos agotado nuestras energías, solo necesitábamos relajarnos si queríamos ir por la tercera ronda, antes de que un largo tiempo sin vernos y sentirnos a escasos centímetros, se repitiera.

Descansábamos en silencio, ocultos en un cuarto de hotel que guardaba nuestras peleas, pasiones, acompañados con gritos de placer. Los pequeños momentos de paz... Y la tranquilidad de no fingir delante de nadie más.

—Te extrañé mucho, Kai... Me moría por saber cuándo podría volver a estar en tus brazos. Quería sentir tu contacto, tu perfume. Estaba desesperada por verte una vez más...

Con los ojos cerrados y en silencio, me limitaba a acariciar su espalda.

—¿No dirás nada? —preguntó, separándose de mí—, ¿acaso tú nunca tienes algo lindo por decirme?

—Estoy cansado... no molestes si esperas que lo hagamos una vez más.

—Ya no deseo una ronda más... Te quiero a ti, y solo a ti...

—Ya hablamos de esto, no arruines el momento y mi buen humor, ¿sí? No deseo ir de mal genio a la sesión de fotos.

—Es que... aún no tolero la idea de que saldrás siendo la imagen de la agencia de modelaje, al lado de ella...

—Solo será un mes, no es la gran cosa. Además, ya sabes que era una de las cláusulas que el socio solicitó a fin de firmar la colaboración conmigo. Mi único deber es aceptar.

¿Un golpe de suerte?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora