III

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Faltaban 2 semanas para que se fuera. Estaba nervioso, no podría negarlo, ¿y si tardaba años en volver? Esa pregunta le carcomía la cabeza. Su preocupación era cada vez mayor conforme pasaban los días, pero al menos tenía algunos días más para poder disfrutar su compañía, pensaba salir con ella, para disfrutar más tiempo juntos. Se lo preguntaría en cuanto la llamara.

— Contestá, nena, contestá. — Murmuró ansioso.

— ¿Hola? — Una sonrisa se formó en su rostro.

— Soy yo, Gus. Quería invitarte a salir ya que queda para que te vayas... — Había algo de nerviosismo en sus palabras, lo que hizo que la chica riera.

— Claro, déjame preguntarle a mi viejo. PAAA, ¿PUEDO SALIR CON GUSTAVO? — Se escuchó como le gritó que sí.

— Entonces, ¿a las seis en la plaza al lado del carrito de helados? —

— Perfec-... QUEDAN 10 MINUTOS PARA LAS SEIS. —

— Apúrate entonces. — La chica colgó inmediatamente y fue a vestirse y peinarse decentemente, a lo que Gustavo río puesto que él ya estaba listo. Dadas las seis, ambos se encontraron en el lugar, se saludaron y caminaron hasta sentarse en los columpios del lugar.

— Te voy a extrañar bastante. ¿Qué vamos a hacer si no nos volvemos a ver? ¿Estás segura de que nos vamos a buscar? — Soltó en un suspiro, mirando a sus pies. Ella lo miró con una sonrisa, sincera y llena de ternura.

— Yo, Lourdes Morena Salinas, prometo buscarte a vos, Gustavo Adrián Cerati hasta el fin del mundo. — Él sonrió.

— Yo, Gustavo Adrián Cerati, prometo buscarte a vos, Lourdes Morena Salinas, hasta el fin del mundo. — Se tomaron la mano, y se miraron causando una sensación rara en su estómago. El roce entre ambas extremidades los había hecho tener un escalofrío, del cual no reconocían la causa ni el por qué. Apartaron la mirada, pero en ningún momento soltaron su agarre.

— Ehm... ¿vamos por un helado? — Gustavo asintió, y ambos se pararon separando sus manos, Lourdes miró su mano, cerrando está, como si algo faltará ahí. Ignoro dicha sensación y caminaron juntos y pidieron dos helados, uno de vainilla y otro de menta granizada.

— No puedo creer que en serio te guste la menta granizada, sos una rara. — La miró con una ceja alzada, cuestionando sus gustos.

— Pero si a esta rara la re querés y encima es tu mejor amiga. — Ambos sonrieron y caminaron hasta el tobogán del lugar, a lo que la chica le dio su helado al confundido Gustavo. Ella se subió y se tiro, con el alma de una niña de 5 años. Rió y le devolvió el helado, a lo que tomo el atrevimiento y le agarro la mano, y lo arrastró hasta una tienda de libros, por la fascinación de la chica por estos mismos.

Se quedó mirando todos los libros encantada por las portadas, la cantidad de páginas, el suave olor de las delicadas hojas. Gustavo se dio cuenta que se habia quedado embobado mirándola recorriendo todo el lugar, se avergonzó y simplemente siguió atrás de ella riendo cada vez que se emocionaba por un simple libro. A él también le gustaba leer, pero no era nada comparado con esta "lunática".

Después de salir la acompaño a casa, y después fue a la suya, al cerrar la puerta una sonrisa se formó en su cara como adolescente, ¿enamorado? Eso no podía ser posible, ¡era su mejor amiga! No creía poder verla con otros ojos.

— ¿Cómo te fue? Gus, ¿estás bien? — Pregunto con una ceja alzada Lilian, viendo a su hijo mirando al piso aún con la espalda en la puerta.

— Ah... sí, mamá. Me fue bien, estoy de lo mejor. — Salió corriendo rápido hacia su cuarto escaleras arriba, tratando de evitar preguntas y de solo enfocarse en algo; en no pensar en esos ojos color avellana que parecían quedarse en su cabeza para siempre.

Lourdes llegó y se sentó en el sofá. Cerró los ojos pensando en cada momento en el que pasó con el chico de esos ojos azul cielo. Su ritmo cardíaco se aceleró, así que decidió ir a tomar un poco de agua y calmar su corazón. Su padre apareció detrás de ella.

— Chiquita, estás muy roja, ¿estás bien? — ¿Qué? ¿Estaba roja? Pensó a sus adentros.

— Nada, nada. Sólo estaba pensando en... — Algo hizo click en su cabeza, ¡pensar en Gustavo la puso así! Estaba confundida, pero al mismo tiempo sentía que no tenía que estarlo.

— Gustavo. Ja, yo sabía. — El mayor rió, le dio un beso en la frente a su hija y se retiró hacia su habitación. Ella se quedo pensando con el vaso de agua en mano, tomó un poco y suspiró, yendo hacia su habitación tratando de no pensar en él, no quería tener un lío sentimental justo dos semanas antes de irse.

Ella se sentía... hipnotizada cada vez que pensaba en él. Su voz, la manera en la que la abrazaba, cuando le agarraba la mano, cuando rozaban sus manos en clase accidentalmente. Todo la ponía... nerviosa, tonta. Quizás era imaginación suya, o quizás lo que sentía era real. Pero no quería admitir que lo era, quería deshacerse de eso. Dos semanas, solo dos. Pasarían volando y simplemente no quería caer por esa intimidante (solo para ella) mirada. Se arropó en la cama y quiso caer en brazos de Morfeo, pero no pudo. Seguía pensando. No quería pensar, ¿por qué los humanos no eran capaces de dejar la mente en blanco? Ojalá tuviera esa capacidad. Suspiró estresada, hasta que las altas horas de la noche la hicieron descansar, finalmente. Si fuera por ella, no despertaría nunca, para no ver a nadie y olvidar sus sentimientos por todos. Quería dormir hasta la muerte para no pensar.

adiós ; gustavo ceratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora