Seguía mirándome fijamente, seguramente buscando alguna excusa, algo para ponerme hacer.
No lo tenía, por supuesto, Ainsworth sabía que hacia mi trabajo muy bien, una de las razones por las que dejaba que llegara siete minutos tarde algunos días, porque pasara lo que pasara, tendría mi trabajo listo y a tiempo.
-Ah, y mejor póngase la corbata roja, esa le queda fatal -dije, antes de darme la vuelta y salir de la oficina, con una sonrisa de suficiencia en mis labios.
Después de eso, me fui a mi propio escritorio y me quedé terminando de organizar el desayuno gourmet que iban a servir, para el cliente y para mi jefe.
Serena escogió ese momento para acercarse a mí, mientras revisaba unos documentos de mis estantes. Supe que era ella por el repiqueteo de sus tacones de agujas, pasos decididos, cortantes y seguros, justo como era ella.
Una mujer hermosa, divorciada y sin hijos, era la favorita de la empresa para algunos y una perra sin alma para otros.
Apenas me vio, una mueca de desagrado apareció en su rostro. No era un secreto para nadie que me odiaba, le caía mal y no tenía idea de por qué.
Algunas malas lenguas aseguraban que era porque pasaba mucho tiempo junto a mi jefe, y ella estaba un poco celosa, decían que había estado enamorada de él, pero que Ainsworth no le prestaba ni un poco de atención.
Un poco ilógico, tomando en cuenta que era preciosa, con el cabello rubio ceniza, corto por los hombros en un corte elegante y respingado, unos lindos ojos verdes y la piel como porcelana.
Si hubiese sido hombre, no habría dejado escapar una mujer tan bonita.
Además de que era bastante inteligente también, era una de las socias de la empresa y se había sabido ganas su puesto como tal. Era respetada, envidiada y hasta odiada por las mismas razones, así que no podía entender cómo una mujer así podía sentirse en desventaja frente a mí.
Mi jefe me odiaba, jamás en la vida se fijaría en mí, creo que ni siquiera me consideraba como una persona aceptable en su vida, sólo estaba para servirle, ya había dejado claro eso hacía mucho.
- ¿Se le ofrece algo, señorita Jones? -pregunté, en un tono bastante tenso.
No se me había olvidado la manera de hablarme de hacia un momento, pero tampoco quería comenzar una discusión en estos momentos.
Unas carpetas fueron tiradas sobre mi escritorio, lo que me hizo sobresaltar. Miré a la culpable, fulminándola. ¿Qué le pasaba conmigo?
-Ordéname las carpetas por colores, necesito entregárselas a Ashton antes de la reunión.
Miré los informes, eran los mismos que le había enviado, pero cuando lo hice estaban ordenados y limpios. No podía ser una coincidencia, ella estaba tratando de molestarme, no era posible que una mujer como Serena hiciera un mierdero de unos simples documentos, simplemente quería que hiciera su trabajo y doblemente.
Suspiré en resignación, decidiendo que hacer.
Podía mandarla, pero eso solo ocasionaría que hiciera un escándalo y ahora mismo Ashton era lo que menos necesitaba.
El cliente ya estaba por llegar, tampoco quería que hubiese ningún problema, mi jefe cortaría mi cabeza antes de preguntarme si había sido mi culpa o no.
En cambio, le di una dulce y falsa sonrisa a Serena, decidiendo llevar la fiesta en paz... por ahora.
Eso no quería decir que iba a ser su juguete cuando quisiera, era mejor que se metiera eso en la cabeza.
-Voy a hacerlo, no se preocupe -dije, tomando las carpetas para ordenarlas. - Pero le recuerdo que yo trabajo para el señor Ainsworth , para nadie más.
Se inclinó, echando fuego. - Soy una de las socias, si te pido que recorras el estado de Nueva York en ropa interior, tú lo haces ¿me has entendido?
Sonreí, pero no le di una respuesta. Justo en ese momento, Ashton salió de su oficina, la mirada que nos dio nos hizo saber que le parecía extraño que estuviéramos tan cerca, matándonos con la mirada.
Serena se echó hacia atrás y le dedicó una sonrisa tan brillante, que me pregunté si era posible que sus ojos comenzaran a brillar. Dios, era tan obvia que resultaba insultante mirarla, babeando sobre mi jefe.
Quiero decir, yo también babeaba por él, pero al menos era un poco menos evidente.
-Señorita Julie, ¿ya está todo listo? -preguntó, parpadeando hacia mí, ignorando deliberadamente a Serena.
Asentí, terminando de organizar la carpeta y se la entregué. En cuanto estuvo firmada, fui hacia la sala de juntas y me percaté de que el desayuno estuviera siendo servido correctamente.
Ya me habían avisado que el cliente estaba llegando, por lo que le avisé a mi jefe que estuviera listo y me quedé organizando las diapositivas, percatándome de que funcionara correctamente y todo fuera viento en popa.
Para cuando salieron dos horas después, ya teníamos el proyecto en manos y un infierno de trabajo por venir.
Más tarde....
Arreglé mi cabello lo mejor que pude, el color nuevo me encantaba. Había ido a la peluquería, aprovechando que mi odioso jefe se había ido temprano del trabajo, una extrañeza y logré escaparme por unas horas.
El color que antes había sido un castaño claro aburrido ahora estaba iluminado con unos hermosos reflejos dorados. Mis ojos, enormes, como me decía mi madre, brillaban. Me gustaba la imagen del reflejo frente a mí.
Mi teléfono celular sonó mientras maquillaba mi cara, tratando de no hacerlo en exceso, ya que no era muy buena maquillando. Lo mío eran los términos, las palabras y en un buen día los números.
Me gustaba escribir también, pero en lo referente a la estética, era una gran inútil.
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La Secretaria
Teen FictionFUI LA SECRETARIA.... AHORA SOY... LA JEFA HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE...