Los siguientes dos días Joy no vio a Reth. Dejó su móvil en el despacho, solo para que viera que no iba a contactar con Horacio, ni a hacer ninguna de las otras cosas horribles que había sugerido. De todas formas, lo último que le apetecía era hablar con su marido. ¿Por qué la había dejado con Reth y sin avisarla para que se preparase?
No lo sabía y no quería enfrentarse a él.
Así que se pegó a Lidia como si fuera su salvavidas. Suponía que a la mujer solo le importaba su amigo (y jefe), pero le pareció que la había defendido ese primer día y era amable con ella, así que era mejor que dar vueltas sola.
No hablaron de nada personal, Joy se limitó a hacer las cosas que la chica le pedía, por lo general ayudar en la cocina y, el primer día, le había dado sábanas limpias y productos para que limpiase su propia habitación.
―Nadie duerme ahí nunca, así que no suelo limpiarla a fondo, esta casa es demasiado grande como para perder tiempo en los dormitorios que no se usan ―le dijo.
Joy se pasó toda la tarde limpiando, porque la alternativa era peor y no quería enfrentarse a Reth. Pese a que ayudaba a Lidia en la cocina se había asegurado de comer y cenar encerrada en su dormitorio y él no había ido a buscarla en ningún momento. De todas formas, su habitación era tan grande como el salón de su casa, si no más. Era un espacio amplio, con muebles elegantes y pesados y un baño propio con una ducha de hidromasaje enorme. Además, tenía una terracita que daba al exterior y que se unía con la que suponía que era la habitación de Reth.
No se había atrevido a salir mucho, pese a que el aire ahí fuera parecía más puro y los muebles de mimbre invitaban a sentarse y relajarse, porque le pareció que era un espacio que él usaba para estar solo. Y no quería estar cerca y darle ideas, ni que volviera a insultarla de esa forma tan horrible.
La primera noche lloró cuando le dijo que le daba asco. Y ella quería que él le diera asco también, pero recordaba esos momentos en el instituto... Las sonrisas, las bromas, su forma de defenderla... Reth nunca decía nada cuando le insultaban o agredían, pero siempre la defendía a ella, de cualquiera. Y luego la había traicionado y doce años después, esa traición aún le dolía tanto que a veces se acordaba y lloraba.
Por lo que podía haber sido. No la casa, el dinero y los lujos, si no... la felicidad. Sí, fue feliz en el instituto con él. Y había echado de menos esa felicidad los últimos años. Tanto que no había dejado de meter la pata una y otra y otra vez. Y ahora estaba allí, lo que sin duda también era una horrible metedura de pata.
El domingo por la tarde volvió a ver a Liam, pese a que tampoco le había visto desde la mañana anterior. Traía mala cara, aunque sus rasgos se iluminaron al ver a Lidia. Joy la miró con disimulo. Pese a que tenía una cara bonita, Lidia era muy bajita y bastante pasada de kilos, sus formas eran redondas y siempre había pensado que poco atractivas, pero Liam la miraba como si pudiera hacerle feliz solo con dedicarle una sonrisa.
―¡¿Dónde has metido los pies, Liam?! ―le gritó ella en cambio.
Joy tuvo que girarse para ver las botas llenas de barro que venían dejando huellas desde lo que había averiguado que era el garaje, un par de puertas más allá. Aquella casa seguía pareciéndole imposible incluso varios días después. Liam dejó de sonreír de inmediato y Joy hubiera dicho que empalideció ante el grito de la pequeña mujer.
―He estado arreglando el jardín, siempre te quejas de que el regadío te estropea las flores, Lidia, no me grites, por favor ―le lanzó una mirada de pena que incomodó a Joy, porque era como si se hubiera colado en un momento íntimo.
―Yo lo limpiaré ―se ofreció enseguida, para salir de allí.
―Eres una invitada, no tienes por qué limpiar ―le dijo Liam―. Lo haré yo, no te preocupes.
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El precio del amor - *COMPLETA* ☑️
Romance¿Cuánto pagarías por pasar una noche más con la persona que te rompió el corazón para siempre? *** Todos los derechos reservados