Capítulo diecinueve

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Reth no fue a trabajar. Tampoco bebió más. Solo se quedó en su despacho, sentado tras el escritorio, mirando la nada, tratando de entenderlo. Lidia llegó a media mañana, suponía que Liam iba con ella, pero fue su amiga la que entró en el despacho.

―¿Lo has visto? ―le preguntó, haciendo que alzase la cabeza con brusquedad―. Es idéntico a ti, aunque sus ojos son como los de Joy.

―Lidia... ―le dijo, con tono de advertencia.

―Liam te dijo que lo que pasó entre vosotros fue un malentendido hace días...

―Ya vale, Lidia ―le ordenó.

La noche anterior se negó a hablar con ellos y, esa mañana, al parecer no le iban a dar opción. Su amiga se inclinó sobre el escritorio para obligarle a mirarla a los ojos.

―No vale. No entendía por qué le dabas otra oportunidad cuando llegó, Reth, me enfadé contigo, no voy a mentirte.

―Pues que novedad que alguien no mienta en esta casa ―resopló, porque estaba cabreado.

―He hablado con su madre brevemente. Joy tenía dieciséis años cuando se quedó embarazada y no se atrevió a decírtelo a la cara. Le pidió a Horacio que te diera una carta. Estaba asustada y en el hospital porque tuvo un sangrado y se desmayó...

―Me da igual.

―Ella dio a Horacio una carta para ti y recibió otra por tu parte.

―Eso no es verdad.

―Eso he dicho yo ―replicó Lidia, antes de dejar el papel doblado en la mesa sobre él―. Pero joder, es tu letra, Reth. O una muy muy parecida. Incluso a mí me hubiera engañado.

―Me da igual ―repitió.

―Nunca has sido un cobarde, no lo estropees todo ahora ―le ordenó a su amigo, antes de salir del despacho.

Reth suspiró y cogió la carta para tirarla a la papelera, pero no pudo. No pudo soltarla. Porque aún quería aferrarse a cualquier cosa. Cualquier posibilidad, por pobre que fuera. Así que se encontró abriendo la carta. Y el horror le golpeó el pecho como un puñetazo.

*

Liam conducía demasiado despacio y eso que iba saltándose todos los límites. Él hubiera ido mucho más rápido. Su amigo le preguntó por quinta vez seguida si no quería hablar con Joy, él le dijo que no, también por quinta vez y le instó a apretar el «puñetero acelerador».

Liam paró al fin frente a la casa de Horacio. Tras encontrarle en su casa, Reth le había ordenado que lo mantuviera vigilado y su hombre de seguridad le había dicho a Liam que el patético hombre estaba en la casa.

No llamó a la puerta, estaba demasiado cabreado como para ello. Dio una patada en la madera y entró con brusquedad. Pero no había nadie. La registró de arriba abajo. No tardó más de cinco minutos.

―Reth, mi hombre está fuera, inconsciente ―le explicó Liam―. Creo que le ha golpeado con algo contundente.

Y Reth no podía permitirse esperar que llegase ayuda para el hombre, le quitó las llaves a Liam y condujo, doblando el límite de velocidad en algunos puntos. Aparcó en el hospital. Empujó a un par de enfermeras para poder pasar a toda velocidad, ignoró el ascensor y corrió tres pisos escaleras arriba.

«Un hombre acorralado», había dicho el abogado. Y debía saber que Reth no le iba a dar más dinero, pero aún debía más, solo había un sitio más de dónde podía sacarlo. Empujó la puerta de la habitación de su hijo. Su hijo. Esa parte la procesaría más tarde.

Al primero que vio fue a Horacio, tenía una pistola en la mano. Joy estaba apoyada sobre el colchón, cubriendo al niño con su cuerpo. Estaba pálido y parecía costarle respirar. Reth perdió la mirada en él un momento más largo de lo que era apropiado en esa situación. Tuvo que darle la razón a Lidia, se parecía mucho a él, pero tenía algo de Joy.

El precio del amor - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora