Capítulo seis

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Joy se puso de pie y dio un trago a la botella, que Reth le quitó en cuanto acabó para beber el mismo. Necesitaba algo que aliviase el dolor de su pecho y la sequedad de su garganta. En lugar de responder, la mujer giró el móvil hacia él. No le costó reconocerse. Era una foto de su adolescencia. Salía con Joy, sonriendo tanto a la cámara que parecía que iban a partírseles las caras en dos. Feliz, feliz. Sí, recordaba esa sensación tan extraña y lejana. Alguna vez había sido feliz.

Lo fue sin millones, sin cosas caras, sin un cuerpo perfecto y sin necesitar a nadie más en su vida, solo a ella.

―Echo de menos a mi mejor amigo ―le dijo Joy entonces, con las lágrimas escurriendo por sus mejillas con libertad―. Y odio en lo que te has convertido.

―¿En lo que yo me he convertido? ―Reth rio sin humor.

Quiso decirle que en eso le había convertido ella, pero no pudo hablar más, porque Joy se giró para empujarle al sillón, cayó sentado y la miró sin entender. Ella soltó la cremallera lateral del vestido y dejó que cayese al suelo. Reth pensó que estaba demasiado delgada. Y, luego, que él seguía siendo ese chaval de dieciséis años delante de la chica a la que más amaba en el mundo.

―¿Qué haces, Joy? ―preguntó nervioso, dejando la botella en el suelo a su lado y secándose las manos sudorosas en el pantalón de traje.

―El trato era sexo a cambio del dinero, ¿no? Eso es lo que Horacio quería... Pues hazlo. Acuéstate conmigo y déjame ir. No lo soporto. No soporto estar contigo y odiarte tanto y querer abrazarte a la vez.

―Estás muy borracha, Joy. Para ya.

―Párame tú ―le dijo.

La miró quitarse el sujetador muy despacio, haciendo que los tirantes resbalasen por sus brazos de una forma que le resultó hipnótica. Reth no quería mirar, sentía que era aprovecharse de ella, porque estaba claro que no quería eso, solo era un medio para conseguir un fin y, aun así, solo pudo mirar sus pechos firmes, naturales, no demasiado grandes. Pensó de nuevo en lo delgada que estaba, en lo poco que debía importarle a su marido para no darse cuenta de que le pasaba algo, que no era normal esa extrema delgadez, cuando siempre había sido... perfecta.

Tragó saliva cuando ella se llevó las manos a la cintura para deslizar sus bragas hacia abajo. Logró apoyar las manos encima, mirando las provocadoras piernas desnudas, para impedir que se quedase completamente desnuda. Recordaba bien su cuerpo, aunque estuviera más lleno la última vez que lo había visto. Lo recordaba demasiado bien. Y también la torpeza y el desespero con el que se habían tocado mutuamente, la necesidad. Ahora era diferente, sabía que podría volverla loca, hacerle gritar su nombre, correrse una y otra vez, con su lengua, sus dedos y con su dureza, que apretaba los pantalones con tanta fuerza como si estuviera dispuesta a travesarlos para tomar lo que Joy le estaba ofreciendo.

Solo que Joy no quería dárselo de verdad.

Y se preguntó si lo estaba manipulando, si lo que quería era volver con marido y le daba igual cómo conseguirlo. Se preguntó si Liam llevaba razón y la estaban secuestrando.

Se puso de pie, haciéndola retroceder dos pasos, sin soltar sus manos y sus caderas más allá. Notaba la piel tierna, suave y caliente entre sus dedos y se moría de ganas de acariciarla.

―No me acuesto con putas, Joy ―le dijo, deseando provocarle con tanto dolor como sentía él por dentro―. Si quieres volver con tu marido hazlo, con lo que le di y esas joyas que te ha regalado Liam, seguro que tienes suficiente para hacerte cargo de las deudas de tu marido. Dudo que debiera tanto como me dijo... Pero cuanto te vayas, Joy, quiero que te asegures de que tu marido no vuelve a mi puerta y de no hacerlo tú misma. No seré tan generoso la próxima vez. Ni tan amable.

El precio del amor - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora