Capítulo once

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Joy volvió a casa malhumorada. Pese a que el médico le había hecho las pruebas a Cody y, aunque le dijo que no tendrían los resultados hasta la semana siguiente, parecía muy prometedor, le molestaba la poca atención que les prestaban. Se habían pasado toda la mañana en el hospital y casi había tenido que perseguir al médico para que la atendiese y no sentía que le hubiera hecho mucho caso. En cierto momento, hasta consideró que la estuviese mintiendo para quitársela de encima.

Y, durante ese tiempo, solo podía pensar que ojalá tuviera todo el dinero que Reth le había dado a Horacio para hacer que le atendiesen bien. O todo el dinero que Horacio había perdido en apuestas. Era tan injusto... Ella solo quería cuidar de su hijo.

Fueron a comer los tres juntos tras el hospital, con su madre, a una cafetería del barrio. El niño parecía feliz y mucho más activo de lo que le había visto las últimas semanas.

―Te echa de menos ―se limitó a decirle su madre cuando lo comentó tras dejarlos en casa, cuando el niño fue a contarle a su abuelo todo lo que habían comido―. ¿Vas a contarme de quién es el Mercedes?

―Del guardaespaldas de Reth. Ahora que lo dices, quizá debería pedirle permiso a él para cogerlo ―bromeó, sin quitar la vista de su hijo.

―¿Reth? ¿Ese Reth? ―Señaló la cabeza de Cody, que se había sentado junto a su abuelo para contarle todo.

Joy no pudo evitar una mueca de disgusto.

―Sí. Nos reencontramos y me ofreció... trabajo para ayudarme. Allí he estado y... tengo que volver, en realidad.

―¿Y no quiere conocer a su hijo? ―preguntó muy bajito.

―Es pronto para hablar de eso con él, mamá, estamos... volviendo a llevarnos bien poco a poco. Creo que no sabe por qué debo dinero, no sabe que Cody está enfermo, y no me he atrevido a decírselo después de que me dijera que no quería saber nada de él jamás.

―Tú sabrás lo que haces, cariño, pero ya te dejó tirada una vez cuando más lo necesitabas. No caigas de nuevo en confiar en él ciegamente.

Sus palabras resonaban en su cabeza aún un rato después cuando volvió a la casa de Reth. No era tonta, sabía que solo había aceptado el trato con su marido para protegerla de Horacio (aunque hubiera algo de absurda venganza también en su acción) y esa idea hacía que sonriese cada vez que le daba una vuelta. Sin embargo, ¿por qué tanto interés en protegerla ahora y doce años atrás...? Quizá sí que había cambiado, tal vez el paso de los años le había hecho madurar, pero ¿por qué no le preguntaba por su hijo? No se creía que nadie pudiera olvidar así que tenía un hijo.

Estaba en la cocina tomándose un café que sentía que necesitaba cuando la nueva empleada se acercó a ella con timidez. Era una chica joven, que hablaba muy mal su idioma.

―Tiene visita ―le dijo, señalando hacia la puerta.

Pensó que sería Reth, aunque era una forma rara de decirlo, lo atribuyó al mal uso de su idioma, porque ¿quién iba a verla si no? Dudaba muchísimo que Horacio se molestase en intentarlo, pero de hacerlo, no le dejarían pasar, seguro. Decidió que no iba a resolver el misterio allí sentada, así que salió con su café entre las manos.

No era Reth, si no un hombre elegante, mayor, con un maletín muy grande. Le dirigió una sonrisa afable cuando la vio.

―Reth no está ―le dijo, sin saber qué otra cosa buscaría el nombre.

―Lo sé. El señor Taylor me envía, señorita Ward. ―Joy sonrió sin pretenderlo porque Reth le hubiera dado a ese desconocido su nombre de soltera, en lugar de el de casada―. ¿Podemos hablar en privado?

El precio del amor - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora