―¿Puedes traer más tarta de esa? ―preguntó Reth a la camarera, mientras Joy relamía la cuchara.
―No, no, por mí no ―le pidió―. Estoy llena.
―Tráela, por favor ―le insistió a la camarera, que asintió con una risa.
―Voy a explotar, Reth, no puedes cebarme así.
―Alguien tiene que hacerlo. Creo que tú solita no eres capaz de recordar que tienes que comer, a juzgar por lo flacucha que estás.
Joy estaba demasiado feliz por lo delicioso que había estado todo, y por su juego con Reth, así que se limitó a reírse y devolverle la pulla.
―Te preocupas mucho de lo que hay encima de mis huesos, pero no estamos hablando de lo que hay encima de los tuyos.
―¿A qué te refieres? ―preguntó, con gesto de confusión total.
―Pues que cuando nos conocimos, el flacucho eras tú, pero mírate... ¿De dónde han salido todos esos músculos, Reth? Siempre decías que los musculitos superficiales eran patéticos.
Reth dejó ir una carcajada, porque recordó esas palabras. Solía decírselo cuando le parecía que poco podía hacer para competir por la atención de la chica que le gustaba con todos esos deportistas a los que ella miraba para sus reportajes.
―Bueno, supongo que conocí a un musculitos que no era patético. Liam y yo acabamos en la misma habitación de la universidad. Yo estaba... muy mal entonces, él me rescató, cuando me daba un bajón me arrastraba al gimnasio y luego bebíamos hasta el desmayo. Me pasaba a menudo, así que me puse cachas rápido ―acabó bromista, aunque hubo algo triste en su sonrisa.
―Al menos te sirvió de algo ―replicó ella, justo cuando la camarera aparecía con más tarta―. No voy a comérmela sola. Come tú también, Reth ―suplicó.
Llenó la cuchara y la acercó a los labios de él, que aceptó sin quejarse. No tardaron en acabar con la porción de tarta de nuevo.
―Estoy de acuerdo contigo, Reth, es el mejor restaurante en el que he comido jamás.
―Tendré que traerte toda la semana, a ver si coges peso. Me preocupa tu salud, no me mires así. Si siempre hubieras sido tan flaca podría aceptar que eres así y punto, pero te recuerdo hace años.
―Eso no puedo discutirlo ―reconoció con una mueca―. He vivido tiempos duros, supongo. Ni siquiera tiene que ver con el dinero, a veces simplemente no tengo hambre.
―No vas a contármelo, ¿verdad?
―Hoy no. No estropeemos la noche. A no ser que tengas pensado mandarme ya a la cama a dormir, no vaya a ser que no cene y no descanse mis ocho horas, entonces podemos estropearla, porque vaya mierda de primera cita.
Reth dejó ir una carcajada y agitó un poco la cabeza. Quería cabrearse por decir que su cita podía ser una mierda, pero estaba seguro de que, por mucho que quisiera, no sería capaz de volver a enfadarse con ella.
―He pensado algo para después, pero quizá te parezca una chorrada.
―Me encantan las chorradas ―aseguró ella.
―Entonces déjame pagar y vámonos.
Le hizo un gesto a la camarera, que se apresuró a acercarse. Reth pagó en efectivo y Joy, que no quería saber cómo de caro era aquello, parpadeó al ver la cantidad de billetes que él se sacó del bolsillo como si no fueran nada.
―De adolescentes sabía que tu familia estaba forrada ―le dijo, mientras la guiaba de vuelta a donde estaba el aparcacoches ya esperando (supuso que por aviso de la camarera)―. Pero no voy a acostumbrarme jamás a verte soltar billetes de esa forma.
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El precio del amor - *COMPLETA* ☑️
Romansa¿Cuánto pagarías por pasar una noche más con la persona que te rompió el corazón para siempre? *** Todos los derechos reservados