☄️ El color que cayó del cielo ☄️

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Al oeste de Arkham se levanta una enorme colina con bosques selváticos. Cerca de una de ella se alzaba hace tiempo una pequeña población con unas cuantas casas y algún granero. Sin embargo, hace un tiempo que todos se fueron poco a poco, huyendo de que se convirtió en leyenda, y al que todos llamaban 'los extraños días'.

Me mandaron allí con la misión de acotar y comprobar la zona en donde se construiría la nueva alberca. Una laguna cubriría aquellas tierras ahora abandonadas.

Según me acercaba más a la zona, era más consciente de la realidad que había obligado a todos los habitantes a huir. Existía un antiguo camino que partía de una casa casi derruida, que aún resistía en pie junto a un antiguo pozo y atravesaba las colinas, y un camino más reciente, que giraba hacía el sur y las rodeaba.

Fue creado más tarde, cuando 'aquellos extraños días' marchitaron y pudrieron ese marchito erial que parecía ser el triste resultado de un incendio: la tierra era de un triste color gris ceniza y no crecía absolutamente nada de vida a su alrededor. Desprendía un ligero olor a podredumbre, y los troncos de los árboles yacían muertos.

Decidí preguntar a los habitantes de Arkham sobre aquel oscuro y desolador camino gris, pero se mostraron bastante reacios a contarme nada.

– ¿No te habrá contado tonterías el viejo Ammi? ¡! – dijo uno de ellos.

– Lo único que debe saber es que fue hace poco... desapareció una familia entera- dijo otro.

– Tal vez les asesinaron- propuso otro de los habitantes de Arkham.

Tenía claro quién podría ayudarme: Ammi Pierce, aquel anciano del que todos hablaban. Y por supuesto, fui a verle. Vivía en una casa a las afueras del pueblo, en una ruinosa casa rodeada de espesa vegetación. El hombre, mucho más culto que sus rudos vecinos, no parecía lamentar que todo aquello fuera a desaparecer bajo las aguas.

El anciano comenzó a contarme, de forma cronológica y totalmente razonable, todo lo que sucedió en aquel lugar en aquellos 'extraños días'.

Todo comenzó, dijo Ammi, por la extraña aparición de aquel meteorito. Fue una noche en la que se levantó una nube muy espesa seguida de varias explosiones. Al deshacerse la inmensa columna de humo, quedó al descubierto una piedra de considerable tamaño, que había caído junto al pozo de la casa de Nahum Gardner, justo en el lugar que ahora ocupaba el siniestro erial gris.

Nahum se acercó al pueblo a contar lo que había pasado, y al día siguiente aparecieron en su casa tres científicos de la Universidad de Miskatonic, dispuestos a llevarse una muestra de aquel meteorito. Por increíble que parezca, pardo que aún mantenía el calor, era más pequeño que la noche anterior.

– ¡Ha encogido!- dijo asombrado Nahum.

– No es posible- respondió uno de los profesores- Las piedras no encogen.

Los hombres arrancaron sin esfuerzo un trozo de aquella piedra. Era más blanda de lo que pensaban. La introdujeron en un tubo de vidrio y se fueron de allí.

Los profesores intentaron descubrir de qué material estaba hecho el meteorito, pero sus pruebas no arrojaron ningún resultado. Ese extraño pedazo de roca no parecía alterarse por nada, no por los disolventes empleados, ni ante los ácidos, ni siquiera ante el calor. Sin embargo, los científicos descubrieron que no perdía su calor en ningún momento, que emitía un resplandeciente en la oscuridad, y que, efectivamente, se hacía cada vez más pequeño, hasta llegar a desaparecer junto con el tubo que le albergaba.

Esto fue tan desconcertante, que los científicos regresaron a por otra muestra del meteorito. Para su sorpresa, ya era mucho más pequeño, y consiguieron hacerse con un trozo de su núcleo. Gracias a él descubrieron que en su interior poseía un glóbulo y unas bandas de color grisáceo, y que el material era muy magnético. Pero de nuevo desapareció.

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