1. Con las manos en la masa

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Había estado corriendo por el inmenso lugar sin parar, cual loca desenfrenada que huye como si la muerte misma le estuviera pisando los talones. Bueno, tal vez eso era verdad hasta cierto punto. Después de lo que había hecho era fácil imaginarse que su vida pronto llegara a su fin.

O tal vez exageraba. No había verdadera razón para aquella carrera frenética. No tenía por qué sentir el corazón apurando su ascenso por su garganta para salirle por la boca. Al fin de cuentas solamente había hecho algo estúpido, pero no mortal.

Lástima que no pudiera verlo de esa manera.

Cerró la puerta de su alcoba con un portazo accidental, causado por las altas dosis de adrenalina que recorrían sus venas, y se lanzó a la cama en una vana esperanza de que al cubrirse con las sábanas, éstas pudieran protegerla de todo mal.

Se sentía como una niña idiota, pero nadie le quitaría la hermosa sensación de seguridad que brindaban los cobertores. Como un escudo contra cualquier mal, había pensado en su momento, y en ese del presente no se le pasaba ninguna otra idea por la mente.

Sabía que debía dejar su base tarde o temprano. Sabía que debía afrontar las consecuencias de lo que había hecho y afrontar lo que fuera que viniera como castigo.

—Tonta, tonta, tonta — repetía incontables veces al golpearse la cabeza contra el colchón, acurrucada bajo el edredón—. Mil veces tonta.

No iba a llorar, definitivamente no dejaría que le afectara tanto. Sería estúpido y más inmaduro que resguardarse en la cama en posición fetal como una niña pequeña. Rin tenía sus límites después de todo, pero aun así sentía un apretado nudo subiéndole por el esófago hasta el fondo de la boca.

Se quedó quieta un momento, con los ojos abiertos a más no poder en una expresión de terror que a cualquier persona le parecería hilarante. Siempre había sido muy expresiva, y era facilísimo leerla con sólo darle una mirada.

¡Pero esas apariencias se podían equivocar! Lo de ahora no tenía nada de gracioso, ¡absolutamente nada! Había metido la pata hasta el fondo, y apenas había conseguido salir del pozo de arenas movedizas que ella misma había creado con un absurdo gesto. Gesto que podría significar su fin.

No, estaba exagerando de nuevo. No podía ser tan malo, ¿verdad? Era posible que ella fuera la única que se estuviera ahogando en un vaso de agua, cuando él seguramente le restaría importancia en un abrir y cerrar de ojos.

Por todos los dioses existentes... ¿y si no lo hacía? ¿Y si el señor Sesshomaru la castigaba por su atrevimiento?

¿Por qué? ¿Por qué tuve que hacerlo? Se volvió a golpear la cabeza dejando salir un lamento exasperado.

Ni siquiera podía darle respuesta a esa pregunta, era como si no existiera. Lo único que era capaz de hacer era de revivir una y otra vez lo que la había llevado a cometer aquel estúpido error.

...

Se escondía detrás de un viejo abeto, en la parte más alejada de los jardines del ala norte, zona que limitaba con el bosque. Recordaba estar nerviosa y recordaba sentir cómo su corazón le golpeaba fuertemente las costillas, apreciando algo de dolor.

Era muy molesto, para ser sincera, especialmente porque no podía controlarlo. Sólo el verlo detenidamente por unos instantes era suficiente para hacer que su corazón se descontrolara. Y desde ahí podía verlo a medias. Parte de su estola sobresalía del tronco del inmenso cerezo.

Tú puedes, no pasa nada. Resonó una vocecita sagaz en su interior. Bien, lo haría entonces.

Salió de su escondite y tomó aire hondamente. ¿Por qué tenía que ponerse tan nerviosa? Sólo debía darle un recado del señor Jaken, no era nada del otro mundo. Le daría el mensaje y regresaría por donde había venido sin perder un segundo más.

Field of FirefliesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora