17. Lo más valioso

1.1K 76 25
                                    

—¿Cómo está?

—Estable. Tenemos que hacerle seguimiento para asegurarnos de que esté fuera de peligro. Cuando despierte sabremos realmente si ha mejorado.

—¿Y el cachorro?

La mujer bajó la mirada sin saber muy bien qué responder.

—Hasta que no despierte no podremos saber con certeza, pero parece que está bien —suspiró Kagome ofuscada, frotándose la sien en un vano intento de alejar las punzadas de su dolor de cabeza—. Ojalá pudiera llevarla a mi época, todo sería mucho más fácil ahí.

El híbrido masculló por lo bajo al dirigir la mirada a un punto incierto en el suelo mientras se cruzaba de brazos sin saber qué más hacer con ellos. Todo lo que pudo hacer Kagome fue estirar un poco la espalda y flexionar los músculos de las piernas, agarrotados tras tanto tiempo sentada y estiró el brazo para tomar la mano de su marido. Sólo necesitaba sentir su roce, su calor y su presencia para sentirse mejor. El mundo era increíblemente menos sombrío si él estaba ahí a su lado.

Inuyasha no hizo ningún comentario al respecto aún siendo él tan poco dado a esa clase de muestras de afecto —en especial estando en un sitio abierto donde alguien pudiera verlos fácilmente—. Dada la situación, Kagome podía hacer lo que quisiera y él no tendría razones para quejarse.

Él también se sentía impotente y lamentablemente no había mucho que pudiera hacer al respecto más allá de darle una paliza mental a su hermano por semejante irresponsabilidad.

Inuyasha no podía mentirse: le tenía aprecio a Rin. Incluso podría decirse que la prefería sobre Sesshomaru en cuanto a compañía se trataba —siendo él un imbécil de proporciones colosales era fácil que quedara rezagado en su lista de favoritos—, y verla ahí tendida, tan frágil e inerte le había movido una fibra sensible que rara vez se activaba para casos que no fueran de su propia familia.

Bueno, Rin ahora era prácticamente de su familia, por más raro que aún se le hiciera admitir.

Y es que no había pasado unos cuántos años viendo a esa niña crecer, cambiar y madurar sólo para acabar siendo indiferente a lo que le sucediera. Más cuando la vida de su sobrino estaba en medio.

Todo había sido demasiado repentino. En un momento la casa que compartían estaba en total silencio a pocos minutos del amanecer —y después de una fuerte batalla para lograr que todos los niños se fueran a dormir de una buena vez—, y al siguiente entraba Jaken, irrumpiendo con la paz tan necesitada, saliendo del medio de la nada para gritar como un loco desenfrenado.

El hombrecillo verde tuvo que repetirse dos veces para que el dormido hanyou y su esposa se enteraran bien de lo que sucedía, y no tardaron en alistarse para el viaje que estaban por enfrentar. Mientras Inuyasha le informaba rápidamente a Miroku la situación y le encargaba el cuidado de sus hijos mayores, Kagome preparaba un bolso pequeño para Haruhi, pues siendo bebé no podía —ni quería— apartarla de sí.

El trayecto a lomos de Ah-Un había sido bizarro, incómodo y ajetreado por la cantidad de personas sobre el dragón más una bebé que lloraba furiosamente mientras su padre y Jaken hablaban sobre la pelea de Ryuma y Sesshomaru y cómo Rin había resultado herida.

Era cerca de medio día cuando el extraño grupo aterrizó en su destino y Kagome se apuró en ponerse manos a la obra.

Apenas habían pasado unas dos o tres horas desde su llegada y la sacerdotisa no tenía mucho más que hacer que dar un diagnóstico y aplicarle energía espiritual al cuerpo de Rin para asegurar una mejora más rápida y efectiva. Todo lo que se había podido hacer ya había sido hecho por Sesshomaru, Nitori y Chiyo. Pero Kagome era necesaria aún así: era la única que sabía sobre la salud humana y, teniendo una buena experiencia en embarazos sobrenaturales, podía atender a Rin mejor que nadie.

Field of FirefliesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora