18. Familia

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Habían pasado casi dos meses desde su regreso, y muchas cosas habían cambiado.

Su vientre había alcanzado el tamaño de una buena y madura sandía y le pesaba mucho más. Se cansaba con facilidad y le costaba hacer hasta la más simple cosa como subir o bajar las escaleras, y para ello siempre necesitaba ayuda al ser los escalones tan empinados.

Era por esa razón, en especial por la tortura que era tener que ir al baño en medio de la noche una y otra vez, que había decidido mudarse temporalmente a una pequeña y cómoda recámara en el primer piso de ala sur. Le daba algo de pena tener que dejar la espaciosa habitación del demonio, pero prefería extrañarla antes de darse una matada y salir rodando por las escaleras. Kagome y Nitori no pudieron estar más de acuerdo con ella.

Y aunque era maravilloso contar con tanta ayuda y apoyo, una parte de sí misma no podía evitar admitir que se sentía sola. O más bien, vacía.

Dejó escapar un gruñido bajo al darse cuenta de que aquella no sería una buena noche, considerando la clase de pensamientos que la invadían y a los que no podía detener.

Sólo cerró los ojos delicadamente, cansada de resistirse. Los dejaría fluir, no tenía más opción.

Le echaba mucho de menos. Cada noche se iba a dormir con el corazón estrujado en preocupación, preguntándose dónde estaría y si se encontraba bien. Era uno de los demonios más fuertes que existían, era muy calculador, inteligente y habilidoso. Sabía lo difícil que le era resultar herido durante sus batallas —Inuyasha se lo recordaba constantemente cada vez que la veía angustiada o siquiera pensativa—, y aún así no dejaba de imaginar lo peor.

Después de todo había visto que Ryuma no era un oponente como cualquier otro, y había probado de primera mano lo que una mínima parte de su poder era capaz de hacer. Todavía tenía pesadillas sobre las visiones que el veneno habían ocasionado, y muchas veces se despertaba sobresaltada creyendo que todo era real.

Ver el futón vacío a su lado sólo empeoraba las cosas, en especial cuando ya hasta se había acostumbrado a verlo amanecer haciéndole compañía.

Miró lánguidamente hacia el espacio extra en su lecho relativamente más pequeño, imaginándose que estaba de vuelta en esos tiempos. Todo lo que tenía para recordarlo era su estola envolviéndola cálidamente. El suave pelaje corrió mansamente entre sus dedos ante la leve caricia, haciéndola sentir un ligero cosquilleo. Por más agradable que fuera... simplemente no era lo mismo.

Él me prometió que regresaría, se recordó al luchar la irritación en sus ojos y nariz. Él me dijo que estaría de vuelta antes de que naciera. Me aseguró que acabaría con Ryuma, y el señor Sesshomaru nunca falta a su palabra.

El niño dio una fuerte patada que la distrajo momentáneamente. Luego otra y otra más. Cambió de posición un par de veces hasta que creyó encontrar una en la que él estuviera cómodo y la dejara dormir. Rin sabía que tanta actividad era algo normal e incluso debería molestarle por privarla de tan necesitadas horas de sueño, pero en la situación en la que estaba, lo agradecía.

Quería creer que la criatura intentaba distraerla para que no se deprimiera más, quería hacerle ver que él también estaba ahí y que todo estaría bien. No le importaba que fuera un invento de lo más descabellado, pero se aferraba a él para sentirse mejor.

Cuando los golpecitos bajaron al fin el ritmo al cabo de unos minutos, posó la mano en donde los sentía más fuertes y frotó con el pulgar. Una sonrisa débil se asomó por su rostro cansado al mismo momento que acurrucaba mejor la cabeza en la almohada.

—Estoy bien, tranquilo. No te preocupes.

Suspiró con el mayor cuidado posible para no hacer mucho ruido y alzó la mirada en dirección a la ventana. Apenas podía ver un trocito del cielo nocturno y nublado por la esquina del ojo, y no tardó en distinguir diminutas bolitas blancas que caían sin cesar. Había estado nevando cada vez menos las últimas semanas, y tenía la esperanza de que eso sólo significara el fin del invierno.

Field of FirefliesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora