14. Luciérnagas y promesas cumplidas

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El demonio blanco la guió con paso tranquilo a ella y a los invitados al comedor principal, el cual estaba misteriosamente bien equipado para recibir a tal cantidad de gente, con docenas y docenas de mesitas, cojines y antorchas grandes esparcidas por todos lados. Y en lo que sería la cabecera de la estancia —donde Sesshomaru siempre solía sentarse—, habían dos parejas de mesas una al lado de la otra. Una para los anfitriones y la otra para los invitados principales.

Hubo un pequeño revuelo por parte de los subordinados de Rakuto, quienes discutían entre risotadas qué mesas les correspondían a cada uno. Había hombres y mujeres por igual, algunos con armaduras y otros con ropas más elegantes y formales. Era tan extraño... todas aquellas personas eran el total opuesto del personal de ese castillo, donde la mayoría de sus ocupantes eran serios y muy reservados como su señor. En cambio, aquellos sureños sonreían, hacían bromas y parecían demasiado animados como para ser tomados como demonios.

No se sentó puesto a que Sesshomaru, a su lado, permanecía de pie esperando algo. Rin iba a preguntarle qué era cuando una pareja excelentemente vestida y ataviada con impresionantes armaduras ocupó la mesa doble que le seguía a la suya. Rin los vio disimuladamente sin levantar mucho la cabeza. Sintió un poco de alivio al ver que la mujer tenía un kurotomesode como el suyo pero un poco más discreto y en tonos amarillos y verdes, combinando con sus hermosos ojos verdes y cabello rojizo oscuro en un medio recogido elegante, mientras el resto flotaba en ondas a su espalda. Marcas del mismo color contrastaban rodeando sus cejas y delineando una especie de pecas grandes bajo sus ojos, apenas visibles por su piel morena. La imponente dama le dedicó una sonrisa amable cuando se supo observada, tomándola tan desprevenida que ni siquiera se la pudo devolver.

Rakuto, hinchando el pecho, se situó al lado de su mujer y dedicaba saludos a sus hombres con unas manos bastante grandes. Era un tipo no tan alto, pero sí muy fornido e intimidante especialmente con aquellas cejas tupidas y colmillos curvados sobresaliéndole de la mandíbula inferior. Poseía las mismas marcas en el rostro que su mujer, pero más grandes y de un tono más oscuro que sí lograban resaltar en su piel tostada. Sus ojos le recordaron a los de un ave de presa, entre un amarillo y un verde muy claro, iluminando por completo su rostro cuadrado. Su cabello, corto y de punta como si se acabara de levantar de la cama, era negro como la noche. Guardaba cierta similitud con un enorme jabalí.

Ésa era una pareja de señores demoniacos en toda regla, pensó conteniendo el aliento, embelesada por el porte e imponencia de ambos. Se sentía increíblemente bajita y debilucha entre ellos, y más al lado de Sesshomaru, al que veía de reojo de vez en cuando para saber cuándo debía sentarse o si tenía que decirle algo.

Una vez que todos estuvieron en sus asientos, de pie al lado de sus cojines —incluyendo a Jaken con su cara de pocos amigos en una mesa cercana a la de ellos—, el demonio blanco alzó una mano para ordenar silencio. Por un momento Rin tuvo la idea de que sacaría su látigo de luz y los mataría a todos, y por la mirada extrañada y casi esperanzada de Jaken, se podría decir que él también pensaba lo mismo.

Oh, se supone que ahora tendrá que decir unas palabras para comenzar el banquete, ¿verdad? Rin figuró al ver que un buen número de empleados de las cocinas traían un montón de platillos bien abundantes —y algo repugnantes al ser comida para youkais, en su opinión— y los dejaban en mesas largas en el centro del salón. Chiyo se acercó a su mesilla haciendo reverencias y dejó su comida humana con un guiño en el ojo antes de desaparecer con los demás sirvientes.

Las exclamaciones de asombro y expectación no se hicieron esperar, pero nadie se atrevía a tocar nada a esperas de lo que fuera que tuviera que decir Sesshomaru. Incluso Rin, impaciente y hambrienta tras un día especialmente largo, le daba miradas cargadas de añoranza a sus platillos.

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