12. La marca con veneno

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—¡Eh, no vayan tan rápido! —advirtió Kagome estridentemente—. Dai, está pendiente de tu hermano, ¿está bien? Sabes lo mucho que le gusta perderse.

—Sí, mamá —asintió el chiquillo antes de alcanzar a Keitaro e iniciar un juego con los demás. Los niños demonio con los que Rin generalmente pasaba los días habían subido a conocer a los recién llegados. ¿Y qué mejor manera que ganar nuevos amigos que mediante un juego? Por cómo gritaban y reían nadie podía decir que la estaban pasando mal.

—No se preocupe, señora Kagome, Sora es muy responsable y no dejará que se lastimen —la tranquilizó Rin al sentarse a su lado. La sacerdotisa miraba atentamente a sus hijos, especialmente al mediano, preocupada por cómo reaccionarían tras jugar con niños mayores y mucho más fuertes que ellos. Después crecer con humanos como compañeros de juegos era normal que supieran medir su fuerza y quedaran en desventaja ante demonios de sangre pura.

—Kei es muy pequeño todavía, no sé si pueda mantenerles el ritmo —musitó ella con un suspiro.

—Los demás sabrán adaptarse. Siempre me esperaban a mí, y eso que me cansan muy rápido. Keitaro está en buenas manos.

—¿De verdad jugabas con ellos todas las tardes, Rin? —se asombró Kagome, variando los ojos entre la muchacha y el grupo de enérgicos niños.

—No todas las tardes, pero sí varias. Aunque no lo he hecho últimamente por obvias razones.

—Debes tener unas piernas de acero si has corrido tanto con estos niños —comentó con una sonrisa. Nitori se acercaba a ellas con una bandeja de té y bocadillos que depositó en la mesita de la habitación. Y justo cuando se sentó con ellas, la pequeña Haruhi comenzó a removerse en el lecho que habían adaptado para ella.

Kagome la aupó suavemente y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Hola, cielo. ¿Ya tienes hambre? —la niña no hizo sonido alguno, pero se le quedó mirando con curiosidad—. ¿No? Qué raro, esperemos que te dé pronto entonces. ¿O será que oliste los bocadillos y los quieres probar?

Miró entonces a Rin que tomaba un pastelillo de arroz con crema dulce y se lo llevaba a la boca. La muchacha suspendió el alimento antes de morderlo y notó que la niña movía ligeramente la nariz sin quitarle los ojos al bocadillo.

—Tienes un olfato bastante bueno, Haruhi —la alabó Nitori haciendo morisquetas. La bebé sonrió ante sus carotas y soltó una risita que derritió tanto a la nutria como a la humana más joven.

—Vas a tener que esperar un tiempo antes de comer cosas sólidas, amor, aún eres muy pequeña —le dijo su madre ante los gestos errantes que la infante hacía para alcanzar el plato con la fragancia que tanto llamaba su atención. Rin dejó su pastelillo sin probar en la bandeja y sacudió sus manos para quitarse las migajas.

Nitori sintió su corazón encoger ante la bebé.

—¿Señora Kagome? ¿Le importaría...? ¿Puedo cargarla?

Kagome sonrió amablemente y asintió.

—Por supuesto, Nitori —se la extendió con cuidado, depositándola en los brazos fuertes y algo nerviosos de la demonio. Rin sintió algo de dolor al ver su expresión tan melancólica, muy segura de lo que estaba pensando en realidad. Pegó a la niña a su pecho y le dedicó una sonrisa muy triste.

—Es adorable —murmuró. Le acercó un dedo y movió un mechón de cabello blanco de sus ojos, aprovechando para hacerle cosquillas en la nariz. Haruhi se sacudió un poco y volvió a reír encantada, extendiendo ahora los brazos hacia ella.

—Vaya, la hiciste reír muy fácilmente. A Inuyasha y a mí nos cuesta un tiempo hacer eso.

—Nitori es bastante buena con los niños —intercedió Rin enternecida ante la visión. Su amiga estaba completamente absorta en la bebé—. Técnicamente es mi nodriza, pero no la llamo así porque soy bastante grande para tener una.

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