3. Jugando con fuego

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Vale, ya es hora de regresar, se dijo a regañadientes. Quería quedarse un rato más a disfrutar el calor de los últimos rayos del sol y aquella deliciosa brisa, pero si Nagisa estaba en lo cierto, no quería permanecer ahí demasiado tiempo. Si llegaba a encontrarse con el señor Sesshomaru estaba segura de que le daría un...

Casi gritó al abrir los ojos.

... infarto.

¡Sabía que no debía quedarse, maldición!

El dueño de la vergüenza que la había carcomido durante más de dos semanas estaba parado frente a ella, mirándola con tranquilidad. El momento de enfrentarlo había llegado mucho antes de lo que hubiera previsto, y toda la tranquilidad que había cultivado durante esos días se había ido al traste. ¡No estaba nada preparada para eso!

Sus rodillas temblaron tenuemente y se vio en la necesidad de arrimarse un poco más hacia el árbol para ganar algo de ese tan necesario espacio. Creía que le recriminaría, que se burlaría o le pediría explicaciones, pero no lo hizo. Sólo se quedó ahí quieto, examinándola como la última noche que lo había visto.

Rin hizo entonces lo único valiente para lo que se sentía con fuerzas necesarias de hacer: lo miró de frente sin apartarle la mirada, pensando si debía actuar primero y disculparse una vez más o simplemente saludarlo y preguntarle que se le ofrecía, pero eso sí que no se atrevía a hacerlo.

Era claro que él estaba ahí con un propósito, y a Rin le daba miedo saber cuál era.

Oh, Dioses, me va a castigar por lo que hice, ¿verdad?

Pero entonces se percató de que la línea de visión del demonio bajaba unos pocos centímetros, enfocando los ojos como si no comprendiera algo. Un gesto muy sutil imperceptible para alguien que no lo conociera lo suficiente, pero Rin tenía años a su lado y podía presumir de ser capaz de leerlo bastante bien.

¿Por qué me está mirando la boca?, estuvo a punto de soltar y su rostro se contuvo en una mueca de frustración. Ya tenían al menos un minuto completo en ese juego de miradas que no parecía llevar a ninguna parte, y Rin comenzaba a perder los estribos, tanto por los nervios como por el enfado. Si tenía algo malo que decir no era necesario hacerla sufrir con su juicio silencioso, ¿no? ¿Qué le costaba simplemente hablar y hacerle conocer su castigo de una vez por todas?

El daiyoukai volvió a mirarla a los ojos entonces, esta vez con un tinte perspicaz. Parecía como si hubiera comprendido algo de repente y su semblante enseñaba una ligera muestra de satisfacción.

Fue tan rápido que Rin ni siquiera supo en qué momento hacía cada cosa. Sólo sabía que repentinamente el demonio estaba a sólo un palmo de ella y tomaba su mentón con los dedos, obligándola a subir la cara. Nunca cambió esa mirada astuta, y Rin seguí sin comprender nada.

—¿Pero qué...?

Antes de que pudiera terminar, Sesshomaru la estaba besando. Sus ojos se abrieron como platos ante la estupefacción. Sí, él la estaba besando a ella, los papeles habían cambiado. Y más estupor invadió hasta el último tramo de su cuerpo cuando, con la misma mano que sostenía su barbilla, le apretó ligeramente las mejillas para hacerla abrir la boca e introducir su lengua.

El oxígeno fallaba en llegar a su cabeza y comenzaba a marearse, además de que el rápido y pesado golpeteo en su pecho le inundaba los oídos como único sonido de fondo.

Eso sí era un beso de verdad, ¿no? Nada como lo que le había dado ella ese día, algo que comúnmente había escuchado con el nombre de pico —o al menos así se lo había escuchado decir a la señora Kagome en alguna oportunidad—. Sólo le había rozado los labios inocentemente. Lo que hacía él con su boca distaba mucho de ser inocente.

Field of FirefliesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora