08 - Regreso

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Durante todo el camino a casa, la morena tuvo el estómago hecho nudos al recordar la conversación que había tenido con Miguel.


Suspiró en alto al pensar en el rostro iracundo de Verónica. Lo cierto es que había tenido una buena relación con ella, sin ataduras, sin compromisos, sin la trampa de las emociones y los celos entorpeciendo el camino, al menos hasta que el incidente de la llamada le había demostrado que la amante podía llegar a ser celosa.


Sin embargo, Amelia no podía culparla, porque si estuviera en su lugar, eso también le habría molestado.


¿O no? ¿Qué pasaría si Verónica se viera con otras?


— Ya no sé qué coño estoy haciendo — farfulló al volante —. Con lo feliz que vivía yo, y mírame ahora.


Echó un vistazo a los paquetes envueltos en papel de regalo y puso los ojos en blanco.


— ¡¿Qué estoy haciendo?! — gruñó con desesperación mientras veía pasar las líneas blancas de la autopista bajo el coche y desaparecer en la distancia.


No podía evitar comparar aquellas líneas con su vida tal como la había conocido hasta el momento. Se pasó el viaje discutiendo consigo misma, pero sonrió cuando tomó el camino de entrada a su propiedad, la cabaña y el lago aparecieron en el horizonte.


Lo cierto es que lo había echado de menos: la cabaña, el lago y sus dos invitadas.



Mientras sacaba el equipaje del maletero, oyó la vocecilla de Sofía.


— ¡Melia!... Melia! — la llamó la voz chillona de la niña alegremente.


Amelia esbozó una sonrisa radiante y se miró a su espalda, la criaturilla corría en su dirección, pero de repente tropezó y se le escapó un gruñido mientras se frotaba las manitas polvorientas.


La morena fue por ella a toda prisa y llegó junto a la pequeña al mismo tiempo que Luisita, que venía desde la parte trasera de la cabaña.


— Uff, me caído.


— ¿Te has hecho daño, pitufa? preguntó la ojimiel.


Sofía negó con la cabeza mientras su madre le sacudía el polvo del trasero. Cuando esta levantó la vista y miró a Amelia a los ojos sonrió.


— Hola, Amelia — saludó, corta de aliento.


— Hey Luisita, quiero decir, Luisa. — le devolvió el saludo con una sonrisa nerviosa.


— Puedes llamarme Luisita.


Y las dos se quedaron mirándose en silencio un momento.

Luimelia Vientos Celestiales - IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora