06 - Cariño

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A la mañana siguiente, Luisita estaba sentada con Sofía en la cocina y vigilaba a su hija mientras esta hacía un desastre con las tortitas. Amelia estaba estudiando sus partituras en el piano. Apenas se habían dado los buenos días.


— ¿Tienes que salir tan temprano? le preguntó Luisita, al tiempo que le limpiaba la boca, las manos, los codos y las rodillas gordezuelas a Sofía.


<¿Cómo había llegado el sirope hasta allí?> Ni idea.


— Bueno, tengo que reunirme con Miguel, que trabaja conmigo y estará en el estudio hoy a las cuatro. Luego tengo un... compromiso para cenar. Mañana me pasaré todo el día en el estudio y pasado también explicó Amelia, y metió las partituras en su maletín de piel.


Luisita se dio cuenta de que Sofía no le quitaba ojo de encima a Amelia, y en cuanto la vio coger las llaves intentó bajar de la silla.


La madre tuvo que forcejear con ella para que se quedara sentada. — No, mi vida. Amelia tiene que irse a trabajar — le explicó con calma.


Sofía hizo un puchero y Amelia se quedó mirándola, sin saber qué hacer.


— No pasa nada, Amelia la tranquilizó con una sonrisa —. Vete.


— ¡No, Melia! gimoteó, que agachó la cabecita y rompió a llorar.


Amelia dejó el maletín en el suelo e hizo una mueca, mirando a Luisita con expresión suplicante. la niña no estaba chillando ni se había puesto histérica, pero se la veía desolada. La pianista se acercó a la silla y se agachó.


Luisita esbozó una cálida sonrisa ante la ternura que Amelia le demostraba a su hija.


— No, Melia.  insistió la niña, con la cabeza apoyada en la mesa.


Amelia torció el gesto, le puso la mano entre los mechones dorados y le acarició el pelo con cierta incomodidad.


— Escucháme pitufa, no estés triste, por favor. Volveré muy pronto... Y entonces iremos a nadar y a comer perritos calientes. Vale?


Sofía levantó la cabeza, con las mejillas arreboladas y húmedas por el llanto. Amelia parecía conmocionada y Luisita habría intentado que no se le escapara una lágrima.


— ¿Lo pometes, Melia? preguntó sorbiendo el llanto y se enjugó las lágrimas.


— Claro que sí pitufa. Hasta te traeré un regalo afirmó, pese al gesto de negación de Luisita —. ¿Trato hecho? propuso, extendiendo la mano.


Con los ojitos tristes, Sofía dejó escapar una risita, le puso la manita sobre la palma a Amelia y la sacudió.


— Tatohecho rió de nuevo y se le abrazó del cuello.


Luimelia Vientos Celestiales - IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora