Epílogo

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Amelia estaba en pie ante la chimenea de la cabaña, muy nerviosa, el fuego hacía lo posible por caldear la fría noche de febrero y tenían invitados, de manera que habían cambiado de sitio los muebles de la sala de estar para que estuvieran cómodos. Miguel alargó el brazo y le arregló el cuello de la blusa.


— Estás preciosa — le susurró.


Amelia llevaba un traje que acentuaban su estatura.


— ¿Tienes el anillo? — le preguntó a Miguel por enésima vez. Él asintió, paciente, y en ese momento llegó el anciano sacerdote y ocupó su lugar.


— Estás más tensa que una gata a punto de saltar, Amelia —le dijo.


Ella le sonrió, al borde del desmayo. Algo más atrás, su abuela tenía a María Clara en brazos y por suerte la niña estaba dormida. Cuando sus miradas se cruzaron, Lilian le guiñó un ojo.


— Te quiero — le susurró.


— Yo también te quiero, abuela.


— Bueno, no es San Patricio — comentó Lilian —. Pero, como te dije hace muchos años, pobre de ti si intentabas que me perdiera tu boda.


Amelia sonrió y le dio un beso. 


— Gracias.


La anciana se sentó en la primera fila de sillas, había pocos invitados, pero eran los amigos más cercanos de Amelia y Luisita. Los hijos de Ana aguardaban sentados pacientemente; Jesus estaba sentado junto a su esposa. Nacho y Marina sonreían alegremente y la mirada de su amigo era de pura admiración. Todas las personas importantes para Luisita y ella estaban allí.


Entonces Amelia oyó que abrían la puerta del dormitorio y sonrió cuando Sofía fue la primera en salir. Llevaba un traje porque les había asegurado que iba a «vestirse como Amelia».


Para Luisita fue un alivio.


— Al menos no quiere ir desnuda — había comentado.


La niña llevaba lo cabello rubio peinado hacia un poco atrás y le relucían los ojos marrones de pura alegría. Saludó a Amelia con la manita mientras se acercaba poco a poco por el pasillo formado entre las sillas.


Amelia le devolvió el saludo y le guiñó un ojo. Lo que vio a continuación la transformó por completo, su corazón ya nunca volvería a latir igual: del brazo de Álvaro caminaba la mujer más hermosa que Amelia había visto nunca.


Luisita llevaba un vestido blanco y la melena rubia, suelta sobre los hombros. En la mano llevaba un pequeño ramo de rosas blancas.


Amelia contuvo la respiración a medida que Álvaro acercaba a Luisita a la que iba a ser su nueva vida y se le saltaron las lágrimas al ver que la rubia llevaba puesto el colgante de oro con una media luna que ella habia ganado en la feria de Oneida County. El mismo día en que ella y Luisita se habian besado por primera vez.

Luimelia Vientos Celestiales - IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora