7. ¿Por qué lo haces?

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Abril no empezó bien para mí. Llevaba unos días un poco indispuesta, pero hoy me sentía realmente mal. Quizá algo que había comido me había sentado mal porque no paraba de vomitar. Estuve todo el día tumbada en el sofá, arropada con una manta. Solamente me levantaba para ir al baño y para hacerme alguna infusión.

Al día siguiente me desperté igual. Seguía vomitando y tenía malestar en el estómago. En general, tenía un mal cuerpo tremendo. Lo único que me aliviaba era dormir.

A mediodía sonó mi teléfono. Afortunadamente lo tenía al lado, ya que, si hubiera estado más alejado, me hubiera sentido incapaz de cogerlo.

─ ¿Diga? ─contesté con una voz débil. Ni siquiera había mirado en la pantalla de quien se trataba.

─Olga... ¿Estás bien?

Era Félix. Seguro que estaba preocupado por mí. Le tenía acostumbrado a que todos los días me pasaba un rato por "El refugio" para hablar con él, y hacia dos días que no iba. Además, habría notado en mi tono de voz la poca fuerza que tenía.

─Sí, Félix, tranquilo─ me incorporé un poco para hablar más cómodamente.

─Es que me parece extraño que no hayas venido al bar, y, además, te noto apagada. ¿Seguro que estas bien?

─La verdad es que estoy un poco indispuesta. Por eso no me he pasado, pero en cuanto me sienta mejor te prometo que voy a verte.

─Mi niña, ¿Qué es lo que te pasa? ─me preguntó preocupado.

─Creo que ha debido de sentarme algo mal porque no paro de vomitar e incluso tengo mal cuerpo.

─Bueno, seguro que se te pasa enseguida. Estate tranquila y descansa.

─Si, eso estoy haciendo.

─Pero Olga, ¿Por qué no me lo has dicho antes? Yo podría haberte ayudado en vez de estar días padeciendo como lo estás haciendo. La manía que tienes de guardarte las cosas y no dejarte ayudar.

¿He dicho ya que Félix era como un padre? Cuando me tenía que regañar también se tomaba ese papel muy en serio.

─Ya lo sé, pero estoy segura de que es algo pasajero y no te quería preocupar. No me regañes, anda...

─No te regaño, cariño. Solo quiero que entiendas que estoy aquí para lo que necesites. Sea la hora que sea ─insistió.

─Gracias Félix. Se que siempre puedo contar contigo, pero no te preocupes de más. Lo único que tengo que hacer como bien has dicho es descansar para recuperarme.

─Efectivamente. Así que, por el momento voy a hacerte una sopita que sabes que eso asienta el cuerpo, y a la hora de comer le digo a Mario que te la lleve.

¿Mario?¡No! Mario no podía venir y mucho menos verme en estas condiciones.

─En serio, Félix, no hace falta. Yo me hago aquí algo suave que me calme, y seguro que en un...

─ ¡Olga!¡No hay discusión! Me lo vas a agradecer.

Y dicho esto colgó dejándome con la palabra en la boca. Dejé caer todo mi cuerpo sobre el sofá. Esa conversación me había dejado más cansada de lo que estaba.

■■■

El timbre sonó y me levanté de un brinco. No me hacía falta mirar por la mirilla. Sabía perfectamente de quien se trataba. Me miré en el espejo que tenía en la entrada e intenté arreglarme un poco, pero no había remedio. Tenía unas profundas ojeras en el rostro, además estaba pálida, mi pelo era una maraña de nudos y para rematarlo llevaba un pijama bastante viejo. ¡Menuda cara se le iba a quedar al verme!

Enséñame a creer en el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora