3.La cosa pinta mal.

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El lunes por la mañana salí de casa a las nueve y media. El autobús estaba por pasar. Afortunadamente ya me encontraba estupendamente y lista para empezar con la jornada. Justo cuando me detuve en la marquesina, el autobús llegaba. Subí y me senté en la tercera fila al lado de la ventana. Me gustaba ver el paisaje mientras escuchaba mis canciones favoritas. Apenas tenía quince minutos de trayecto. A las nueve menos diez llegue al hotel. Me dirigí a los vestuarios y me puse mi uniforme blanco de masajista. Caminé hasta la zona de masajes donde estaban hablando mis compañeros y compañeras de oficio. Parecían preocupadas. Habían escuchado rumores en el trabajo, pero yo no le di importancia. Seguramente serian eso, rumores. Fui al escritorio donde estaban apuntados todos los clientes que requerían un masaje. Hoy tenía cuatro; tres mujeres y un hombre.

A las diez de la mañana empecé a trabajar. Las personas que se alojaban en el hotel visitaban la zona del spa para terminarlo con un masaje. Mi especialidad era la espalda, pero a veces también los daba en el rostro. Sobre las doce del mediodía, nuestro superior nos llamó a mis compañeros y a mi para acudir a la sala de juntas. Tenía que comunicarnos algo.

─Antes de deciros nada, quiero que sepáis que estoy muy contenta con el trabajo que desempeñáis. Cuando llegasteis, pocos de vosotros teníais experiencia, pero no nos importó. Nosotros nos encargamos de formaros, y a las pruebas me remito que habéis cumplido con lo estipulado.

Esto no me olía nada bien. Cuando una empresa empieza a alabarte es que algo extraño sucede. Quizá lo que mis compañeros, horas antes estaban comentando sobre los rumores tenía algo de cierto.

─Pero, desafortunadamente, el hotel no está pasando por su mejor momento, y aunque todavía todo está en el aire y no hay nada asegurado, puede que nos veamos obligados a reducir la plantilla.

Tanto mis compañeras como yo empezamos a comentar y hacer preguntas a nuestra jefa. ¿Cabía la posibilidad de que me quedara sin trabajo?

─Como os he dicho no hay nada seguro─la jefa alzó la voz para que guardáramos silencio─. En unos días os comunicaremos la decisión. De verdad, lo siento y espero que esto no se confirme. Buenos días.

Todos nos marchamos de la sala de juntas algo cabizbajos. Mi turno acababa a las dos de la tarde. Me quedaba alrededor de una hora y media de trabajo, en el que tuve que fingir que todo estaba bien con una sonrisa falsa en la cara, ya que estaba ante el cliente. Pero, esa hora y media fue una de las más largas de mi vida.

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Cuando regresé comí poco. La preocupación de poder ser despedida me quitaba la poca hambre que tenía. Me eché un poco en el sofá, pero me era imposible dormir, mi cabeza no paraba de dar vueltas. No podía estar todo el día así, dándole vueltas y más vueltas a un asunto que no estaba en mi mano. La última palabra la tenían los jefes, no yo.

Olga: Chicas, ¿podemos vernos en un rato? Necesito contaros una cosa.

Tal vez ellas me pudieran ayudar, y si no, al menos me desahogaría, que falta me hacía. Me negaba a encerrarme en casa y tragarme esta angustia. Me urgía soltarlo.

Carmen: ¿Ha pasado algo?

Olga: Mejor luego os cuento.

Miriam: Me estas preocupando, Olga. ¿Te encuentras bien?

Olga: Sí, claro. Al menos, físicamente.

Miriam: Vale, ahora sí que me estas mosqueando. En diez minutos nos vemos en el bar de Félix, ¿de acuerdo?

Olga: Perfecto.

Carmen: Muy bien.

No tenía muchas ganas de arreglarme, así que me puse unos vaqueros con una camiseta negra. No me veía nada favorecida, pero también tenía mucho que ver que mi ánimo estaba en lo más bajo.

Enséñame a creer en el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora