Capítulo I

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—¡A ver si así se te arregla esa maldita cara que tienes!

El agua irrumpió con violencia en sus fosas nasales, causando que los latidos de su corazón se descontrolaran. Trató de respirar, aunque fuera un hilo de aire, pero la misma mano que le había metido la cabeza en el inodoro, seguía empujándole con fuerza.

Era un día común. Un día más en el que Oliver era sometido a una tortura.

Estuvo pendiendo de un hilo entre en la vida y la muerte durante uno o dos minutos, que le parecieron una eternidad, hasta que aquella persona decidió jalarle del cabello.

En ese entonces, el aire entró como una bomba en su organismo, haciéndole toser con desesperación.

—¡Qué asco me das!

El rostro de aquella joven se presentó turbio a un lado de él, acompañada de una sonrisa que no parecía albergar ningún sinónimo de arrepentimiento.

—¡Alexa, ahora déjame a mí!

El pedido vino por parte de Dyle, uno de los chicos que siempre la acompañaban.

—¡Te lo regalo! ¡Ya me dio asco tocarle!

Una vez más, Oliver fue sometido a engullir el agua del retrete. Su ser tembló con violencia y varias lágrimas sucumbieron por la desesperación.

Dyle le permitió un momento de descanso, sometiéndole después a vivir de nuevo sin aire por varios minutos.

No escuchó risas, ni tampoco comentarios. El ambiente constaba de silencio, con apenas el murmurio de voces en la lejanía y la agitación que su cuerpo causaba.

Poco después, el grupo de tres ya no encontró divertida la situación, por lo que se marcharon, dejándolo con el rostro pálido apoyado en la taza, tosiendo agudamente. Sus sentidos estaban como bombillas que parpadeaban amenazando con quemarse.

No pudo moverse durante un largo rato, ni tampoco buscó hacerlo, tan solo se dejó estar allí, ajeno al olor nauseabundo, al agua sucia que se deslizaba por su rostro, apenas con la boca muy abierta, respirando.

Cuando por fin decidió alzarse, sus piernas flaquearon y sus pasos fueron temblorosos hasta que logró alcanzar el lavamanos, en el que se apoyó con ambas manos. Todavía no lograba coordinar su respiración y su pecho le dolía. Por un momento tuvo la sensación de que iba a desmayarse, por lo que cerró los ojos y bajó la cabeza.

Minutos después, alzó el rostro, topándose con su propio reflejo en el espejo manchado, al igual que lo estaba su mejilla izquierda para siempre, a causa de una quemadura de años que alguien más había decidido grabarle.

Era una quemadura horrible, que él había observado largo y tendido todos los días desde que la había adquirido, y aunque sabía que no tenía caso dedicarle más de su tiempo, no podía evitarlo.

Sin duda era sumamente desagradable y era por ello que no soportaba verla por demasiado tiempo.

En un silencio sepulcral, tomó la mascarilla negra que le habían arrancado de su rostro y luego arrojado al suelo, y procedió a asearla con agua y jabón. Después la exprimió y volvió a ponérsela, sintiendo al instante como la tela húmeda se adhería a su piel, incomodándole, pero de todos modos no se la quitó. Nunca se presentaría ante la sociedad exhibiendo su rostro.

Una vez tomó su mochila, arrojada también por ellos, se cubrió la cabeza con la capucha de su polera negra y se aventuró a abandonar los baños masculinos.

Las miradas no se demoraron. Le escrutaron con diferentes pensares, pero él, con la cabeza gacha, trató de fingir que nadie existía. Aunque le resultó más difícil por la presencia de sus voces, las que acostumbraba silenciar con la música, pero Alexa y sus dos compañeros le habían tirado su móvil al wc.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora