Capítulo XLII

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—¡El portatil! —el niño se agachó junto al aparato y lo alzó. En cuanto levantó la pantalla, pulsó el botón de encender y vio que la tinta se había repartido por varias zonas de la imagen, dijo: —Descanse en paz, compa.

Oliver, por su parte, no podía dejar de mirar el caos con los ojos muy abiertos. No podía creer que su tía hubierado llegado a aquello.

—Tu tía está loca —comentó el niño escandalizado, levantando prendas de ropa para ver con qué desastre se encontraba —Vives rodeado de locas, te compadezco.

—No, ella no...

—¿Por qué defiendes a las locas? —soltó un largo suspiro, teniendo verdadera pena del joven —Bueno, da igual, te ayudaré a ordenar todo esto.

—No, no es necesario —por fin, logró salir del parálisis que lo había estado reteniendo y se apresuró a recoger primero sus prendas de ropa y colgó las limpias en el armario y las demás en el perchero.

—A mí me gusta ayudar, así que no pasa nada —Rodrigo le acercó las prendas de ropa y después fue a arreglar la cama —No sé cómo puedes vivir así.

—Yo... —en aquel momento, ni siquiera él sabía cómo había logrado sobrevivir hasta ahora. Estaba seguro de que ya no podría tolerar lo que había estado soportando hasta el momento en que conoció a Abby.

—¿Sabes? A mí siempre me ha pesado no haber podido conocer a mi padre —confesó Rodrigo con cierta melancolía.— Era muy pequeño cuando falleció por el cáncer, y mi madre dice que era una persona increíble. Es triste que el tuyo esté vivo y te trate así. ¿Es verdad que no lo veías desde hace muchos años?

Efectivamente, Rodrigo era un cotilla profesional y no le apenaba nada confesarlo, de hecho, estaba orgulloso de ello.

Oliver afirmó con la cabeza, manteniendo la mirada pegada al suelo. Le pesaba confirmar que la distancia entre él y su padre era profunda.

—¡Qué cabrón! —exclamó enfadado, alzando el puño al aire, pero en cuanto se percató de que había dicho una palabrota se mordió la lengua —No se lo digas a mi madre, por fa.

Que juntara las manos y le mirara con tanto dramatismo, casi hizo que olvidara lo que acababa de suceder con Alexa y el estado de su cuarto.

—No lo haré.

—¡Genial, sabía que detrás de esa máscara había un tipo increíble! —exclamó muy contento, pasando por alto el descontento que se dibujó en la mirada de Oliver a causa de la mención de la mascarilla —Oye, ¿tan mala es la quemadura? —se acercó, luciendo una curiosidad tremenda.

—Yo...—al retroceder chocó con la puerta abierta del armario.

—Oh, ósea que no te gusta que hablen de eso, vale —asintió dos veces y le miró con una amplia sonrisa —Tranquilo, que no te preguntaré más, aunque te confieso que me da muchísima curiosidad, pero no te lo tomes a mal, a mí todo me da curiosidad, menos los estudios. Prefiero saber cosas de gente que esté viva que de los muertos de hace cientos de años.

Tal como prometió, Rodrigo no volvió a mencionar la quemadura y al hablarle acerca de lo que sabía de los vecinos, trató de no fijarse en la mascarilla solo para no molestarle.

En cuestión de unos cuarenta y poco minutos, consiguieron dejar la habitación impecable, aunque se había quedado sin la bombilla de la lamparita de noche y el portátil. Éste último, Oliver se quedó viéndolo durante un rato, recordando sus ediciones y los comentarios de sus seguidores, y entonces se percató de que hacía ya varios días desde que publicaba nada, y también se dio cuenta de que no tenía ganas de hacerlo. Quería enterrar del todo al Oliver del pasado, así que por eso mismo no lamentó tanto haber perdido el portátil.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora