Capítulo XIV

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Cuando lo vio de frente, con los brazos alzados, cubriendo parte de su rostro, los ojos se le abnegaron de lágrimas y se derrumbó.

—Casi me da un ataque al corazón cuando no te vi en el coche —confesó angustiada.

Oliver se tensó al percibir el peso de la cabeza y los brazos de Abby sobre su regazo. Pegó con más fuerza los brazos al rostro y apretó los labios, sintiendo la sequedad de la quemadura.

Ella también tenía la respiración muy alterada y el sonido del viento no apagaba el llanto que comenzó a emerger de su boca.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres matarte? Dímelo, por favor.

Oliver sintió sus dedos apretándose contra su regazo. En la voz de Abby existía miedo e impotencia. Estaba temblando y no era el frío el causante de dicho efecto.

El sonido del motor del autocar captó la atención del muchacho. Las puertas se abrieron ante ellos y una anciana con la cara tapada con una bufanda azul hasta por debajo de los ojos, descendió por la puerta trasera y apenas les dignó una breve mirada, antes de estornudar y marcharse rápidamente con la necesidad de llegar rápido a su cálido hogar.

—Oigan, chicos, ¿suben?

Ante la cuestión del chófer, Oliver miró a Abby, la que seguía en la misma posición, por lo que él sacudió la cabeza en una breve negación, sin mirar al hombre que los observaba confuso.

Poco después, las puertas volvieron a cerrarse y el rugido del motor comenzó a desvanecerse hasta que enmudeció en la lejanía.

El tiempo siguió su curso, y entonces el campanario comenzó a sonar llegadas las cuatro de la tarde. Su eco ocupó el lugar en su totalidad.

—No voy a dejar que te hagas daño.

Oliver estremeció cuando Abby alzó el rostro. Su corazón, el que no se había normalizado en ningún instante, se aceleró de nuevo ante la expectativa de que ella quisiera verle el rostro a la fuerza.

—No me importa lo que tenga que hacer. Si tengo que vivir las veinte y cuatro horas pegada a ti, ¡lo haré! — se limpió el rostro húmedo con las mangas de su jersey blanco y se alzó de golpe.

Oliver bajó la cabeza al instante, muy desesperado por ocultar la parte más fea de su cuerpo.

—Tranquilo, prometí que no iba a mirarte—su voz estaba todavía lastimada por el reciente llanto —Y no lo haré, excepto, si no vienes conmigo.

Ante esa amenaza, Oliver se alzó de inmediato y comenzó a caminar en dirección al coche. Abby le siguió y sus pasos formaban un eco insufrible.

—Espera —le pidió Abby una vez se pararon junto al vehículo. Abrió la puerta junto al copiloto y se arrodilló sobre el asiento para tomar la mascarilla que Oliver se había olvidado en su asiento—Aquí tienes —se la tendió.

Tras agarrarla, Oliver le dio la espalda y se alejó. Solo entonces, bajó los brazos y se puso la mascarilla. Fue profundo el alivio que sintió al tener aquel pedazo de tela pegada a su piel.

—¿Listo? —cuestionó Abby. En su voz se percibía nerviosismo y tristeza.

—No sabes nada de mí. —pronunció con hostilidad.

Abby formó un gesto de asombro, viéndose reflejada en su mirada.

—Eso no cambia el hecho de que quiera ayudarte —dijo con seriedad, recortando poco a poco el espacio entre ellos —Y si tú me dejas, quiero saber más de ti.

Déjame en paz.

Fueron las palabras que Oliver pronunció en el interior, bajando la mirada.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora