Capítulo XLVII

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—Me sorprende que quieras volver a entrar ahí —Rodrigo entró en el apartamento manteniéndose pegado a la espalda de Oliver y husmeó por uno de sus costados.

El niño tenía razón, Oliver debería de haber enloquecido en el momento en que dijo que quería visitar el apartamento de su tía una vez más, antes de que los nuevos propietarios lo ocuparan. Cuando le pidió a Sara que le dijera a su padre que lo pusiera a la venta, nunca pensó que se fuera a vender tan pronto. Se podría decir que había tenido suerte.

Conforme avanzó por la casa, sufrió malos recuerdos. Todo era tristeza y rechazo, y por ello nunca lo sintió como su hogar. Pero de todos los recuerdos, el asesinato de su tía era sin lugar a dudas el peor, y es por eso que, cuando llegó al lugar donde había fallecido, sintió que la sangre se le congelaba en las venas y por ello no pudo avanzar. Cualquiera que mirara aquel suelo, no adivinaría nunca que allí había muerto una mujer a sangre fría.

—Oliver, quizás sería mejor... —le advirtió Abby preocupada, poniéndole una mano sobre uno de sus hombros.

—Estoy bien.

Estaba lejos de estarlo, pero gracias a la compañía de Abby logró por fin llegar a su habitación. Seguía conservando los muebles, pero ahora todas sus pertenecías estaban en un tratero que la familia de Abby tenía en el mismo edificio donde vivían, y allí se iban a quedar hasta el día en que pudiera mantenerse e irse a vivir solo, o hasta que se decidiera a irse a vivir con su padre y su familia. Aunque prefería mil veces estar con Abby, había comenzado a pensar en que debería irse con él, porque aunque tanto ella como sus padres le dijeran que estaban encantados de tenerlo allí, no dejaba de sentirse a más, y eso que su padre le había asegurado que había comenzado a darles dinero por sus gastos.

Cuando por fin salieron del apartamento, el pequeño Rodrigo soltó un largo suspiro y se relajó del todo.

—Si los nuevos vecinos se enteran de la historia, segura que van a vender la casa de inmediato —se rió al imaginarse sus rostros pálidos cuando se los contara el mismo.

—No lo hagas, por favor, Rodrigo —le pidió Abby, agachándose un poco para ponerse a su altura y ponerle ojos suplicantes.

—No iba a hacerlo. Solo estaba bromeando —aseguró, y se acercó a Oliver para ponerle una mano sobre uno de sus hombros —Os prometo que no diré nada.

—Muchas gracias —Oliver se lo agradeció de todo corazón. No quería que la tragedia que había sufrido su tía andara de boca en boca como si fuera una escena sacada de una película de terror.

—Ah, cierto, mi madre os ha preparado un pastel —recordó Rodrigo y señaló con el pulgar la puerta de su apartamento —Y como sabía que Oliver no iba a querer comer con nosotros, lo ha puesto en un envase de plástico para que os lo llevéis.

—Ah, no es...

—Ah, ya sé, ya sé —Rodrigo puso los ojos en blanco y sin añadir nada más entró en su casa, y en cuestión de un minuto regresó trayendo consigo el dichoso pastel —Mi madre lo ha preparado para ti, Oliver, así que llévatelo. A mí no me importaría nada que lo rechazaras porque así yo podría comerlo, pero como vea que no te lo has llevado, me va a regañar mogollón.

—Bueno... Muchas gracias —lo que menos quería era causarle problemas, así que tomó el envase con cuidado.

—Aunque, antes que el pastel, me gustaría que me dijeran todo respecto a su relación —a Rodrigo se le iluminaron los ojos como farolillos y acercó uno de sus puños al rostro de Oliver, fingiendo que sostenía un micrófono.

—¿Eh?... —la sorpresa se apoderó de su semblante. No le había comentado nada acerca de la evolución de su relación, así que le sorprendió que hablara de ello con total certeza.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora