Capítulo XXX

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Un silencio sepulcral se había apropiado del ambiente. Abby se había quedado en blanco, con la mirada clavada en la horrible protagonizada por Oliver. Él permanecía con las manos apoyadas en el lavajillas. Se podía ver el vómito goteando desde la mascarilla. Sus padres tenían claras expresiones de horror, y nadie decía ni hacía nada, hasta que, de repente, Oliver comenzó a llorar con fuerza y tuvo que apoyar los codos con mayor firmeza, porque sintió que las piernas le fallaban.

El sonido de su llanto fue suficiente para que Abby reaccionara.

—Oliver, tranquilo, todo está bien —le dijo con cariño, refiriéndose al hecho de que había vomitado en el lavajillas, porque pensó que había comenzado a llorar justamente por eso.

—¡Para!—gritó Oliver de repente, apretando los puños con fuerza, pese a que apenas podía sostenerse —¡Ya no quiero seguir escuchándote! ¡Déjame en paz!

Abby apretó los labios y permaneció quieta, sintiendo un torbellino de emociones. No tenía ni idea de qué había hecho mal. Quizás el haberlo traído y que se encontrara con su madre había ocasionado todo aquello, y ahora se arrepentía muchísimo.

—¡Ya sé que soy una mala persona, déjame en paz, Alexa!

—¿Eh?

Los tres presenciaron el preciso instante en que Oliver hacía un movimiento brusco, como si recién acabara de empujar a alguien, pero no había más que el vacío. Era como si estuviera hablando con alguien que ellos no eran capaces de ver, y Abby no pudo ocultar el miedo que sintió. Nunca imaginó que Oliver hubiera alcanzado ese extremo de depresión. Casi parecía haber perdido el juicio. Era todavía peor que la escena que había protagonizado en el rellano de su edificio.

Por otro lado, Abby no pudo ignorar la mención de aquel nombre. Alexa. Era la segunda vez que la mencionaba, y por la reacción de Oliver, ella tenía que ver con su desorden emocional.

—Oliver... —murmuró, alzando la mano en su dirección, porque pese a que la había intimidado su actitud, no podía dejarlo así —Tranquilo, yo estoy aquí.

Pensó que tendría que esforzarse más para lograr ser escuchada, pero fue suficiente para que Oliver la mirara con los ojos abnegados de lágrimas, y en ellos notó un gran alivio, conforme se dejaba caer de rodillas en el suelo. Sin embargo, el llanto permaneció muy vivo, y Oliver se abrazó a sí mismo, buscando consuelo.

Cualquier pizca de miedo se desvaneció del corazón de Abby y avanzó hasta él, para darle un abrazo apretado, que causó que el llanto de Oliver se intensificara. Desesperado, buscó su pecho y pegó su frente, aferrándose a su cuerpo con las manos, apretando los dedos con tanta fuerza que llegó a lastimarla, pero no le importó, y ni siquiera le prestó atención al olor a vómito.

Abby no pronunció palabra alguna, apenas le acarició la espalda, dejando que se desahogara tanto cuanto necesitara, y así estuvieron durante por lo menos doce minutos. En ese entonces, Oliver apenas hipaba y permanecía quieto, sintiéndose muy cansado. Le dolía la garganta, los ojos y el pecho, y tenía el cuerpo entumecido como si le hubieran dado una paliza.

—Lo siento... —murmuró cuando recapacitó respecto al espectáculo que había montado, por el vómito y por todo.

—No tienes que disculparte por nada, ya lo sabes —manteniendo las manos en sus hombros, se alejó lo suficiente para mirarle a los ojos y se esforzó en mostrarle una sonrisa —Venga, te acompaño al baño.

Hasta aquel momento, Oliver había ignorado la sensación asquerosa de la mascarilla vomitada pegada a su cara y a causa de su olor repulsivo, sufrió una arcada.

—Aguanta, vomitar otra vez no te hará ningún bien —Abby le ayudó a levantarse y le pasó un brazo por detrás de los hombros, sirviéndole de apoyo.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora