Capítulo VIII

45 6 17
                                    

Oliver sintió como si un martillo le hubiera golpeado en el estómago. Nada más despertarse, soltó una oleada de vómito. Después, más fatigado por el trauma, que, por los golpes, observó el líquido amarillo deslizándose por encima de la tapa y regando el suelo. No sentía fuerzas para enderezarse. El miedo seguía azotando su corazón. La promesa de Alexa de quemarle era algo con lo que no podía combatir. Puede que aquel fuera el precio real por sus pecados. Puede que solo después Alexa se sintiera satisfecha y que con ello todos sus problemas mejoran, pero aun sabiéndolo, era incapaz de pararse frente a ella y aceptar que le deshiciera el rostro por completo.

—Tengo miedo, ma...

Sus labios se sellaron antes de completar aquella palabra. A ella no podía rogarle. No había nadie que pudiera mencionar. Estaba solo y esa era su realidad. Debía limpiar lo que había hecho. Fue el primer pensamiento que se le cruzó por la cabeza cuando finalmente pudo alzarse, pero entonces se dio cuenta de que le daba lo mismo.

Salió del baño tambaleante, más cansado que nunca. Todavía con el nudo presente en su pecho y garganta. El aire no circulaba con regularidad por su organismo. Su estómago le ardía, pero aún con esos síntomas de malestar, regresó a su clase, simplemente porque no se sentía capaz de soportar el miedo de imaginar que Alexa aparecería a la vuelta de la esquina cargando una botella con aceite caliente que vertería sobre él.

—Monstruito, te he visto.

En cuanto sonó el timbre de la hora del almuerzo, Oliver había corrido hasta el baño y se había encerrado. No había pensado en acudir a un adulto, porque no confiaba en nadie, y también porque sentía que no merecía ser ayudado. El miedo y el deseo de ser castigado se contradecían en su interior.

Oliver permaneció en silencio, sentado sobre el wc con las piernas recogidas, tragando duro mientras escuchaba los pasos que rompían el silencio.

—Hey, monstruito, ¿acaso te vas a estar escondiendo aquí todo el rato? —Alexa iba dando un golpecito en la puerta después de cada palabra, riéndose de vez en cuando —¿Crees que te vas a poder escapar todo el tiempo? ¿Sabes que podría echar gasolina por debajo de la puerta y quemarte entero? ¿En verdad quieres que te chamusque por completo?

Oliver se aferró a su capucha, buscando algún tipo de consuelo bajo la sombra y calidez que le ofrecía. Buscando aquel calor que nunca había experimentado. Necesitaba de un refugio para su alma hecha pedazos.

—¿Sabes qué? ¡Ya me estás aburriendo con tu juego del escondite, así que me largo!

Tras un duro golpe en la puerta, su presencia se desintegró junto al sonido de una correría. Era posible que aquella fuera la última vez que pudiera escapar de Alexa. Con suerte podría abordar el autobús y regresar a casa sano a salvo. ¿Pero acaso podría conservar la mitad de su cara el día de mañana?

Oliver acomodó la máscara en su cara con ansiedad, como si ésta pudiera protegerlo de aquel destino.

El chirrido que produjo la puerta cuando comenzó a abrirla hizo que sufriera un frío invernal. No estaba seguro de ser capaz de abandonar el baño, así que volvió a cerrar el cerrojo y se sentó en el wc. Aquella sensación de picor no desalojaba su cara. El temblor también permanecía en su ser. La sensación que le transmitía los ojos de Alexa surgiendo en cada esquina hacía que se viera en la obligación de girar la cabeza de un lado a otro.

Permaneció de aquel modo hasta que el sonido del timbre hizo que se sobresaltara. Si podía llegar a clase estaría a salvo hasta que éstas finalizaran, pero nada le garantizaba que Alexa le dejara abordar el autobús. Nunca había puesto pegas cuando Alexa le pedía que le acompañara, aun sabiendo el trato que le esperaba, pero, sin embargo, ahora todo era distinto.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora