Cap. 35: "Mi nuevo hogar"

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Jane:

Miraba fijamente el pedazo de piedra lisa clavada en el suelo. Tallada en ella se encontraba en el nombre de Gabriel, en una preciosa letra cursiva, casi oculta entre los ramos de flores y fotografías que su familia había dejado hace unas horas. Ya estaba el sol en la cima del cielo, atravesando con sus rayos mi piel debajo de mi uniforme de la BSAA. Me dieron uno nuevo. Uno limpio y sin olor a sudor, sangre y líquidos extraños del laboratorio... me dieron uno sin un peso emocional como el que antes había vestido.

Una mano me acaricia el hombro. Deseo con mi corazón que se tratara de aquel hombre al cual tanto quería, y sí, se trataba de él. Vestía también un uniforme nuevo y olía a desodorante barato. No le presté mucha atención hasta que su mentón se apoyó cerca de mi cuello y su boca soltó un suspiro caliente.

—Es mi culpa.

Me estremezco y sacudo mi cabeza hacia todos lados. No, no es su culpa. Claro que no lo es. ¡Chris me había contado todo! Aquel plan alocado de la Alianza se había cobrado la vida de uno de nuestros soldados... de uno de nuestros amigos. Pero Simón no era culpable por seguirlo y por obedecer como un perro sumiso. Él solo hacía su trabajo, ¿verdad?. Él estaba aterrado, cansado y lastimado, él era indefenso ante las órdenes de alguien mayor. Y por eso cedió.

—Simón, no aquí... —respondo y me volteo. El cabello negro le cubre las cejas, así que su expresión es extraña. Tiene los labios apretados como si fuera a hacer un capricho y los ojos se le ponen colorados de a poco, hasta que una lágrima se le escapa, atravesando su mejilla—. Hey, amigo —suspiro y abro los brazos, su cuerpo se abalanza contra el mío y se aferra a mí como si su vida dependiera de eso. Acaricio su espalda con mis dedos y dejo descansar mi cabeza en su hombro, está temblando. Sollozando. El está destruido.

Pasan varios segundos hasta que se despega de mí, aún manteniendo sus manos detrás de mi espalda, como si no pudiese alejarse mucho de mi por miedo a quebrarse. Mi mano se escabulle por su mejilla y la acaricio, dulces lágrimas mojan mis dedos y a los segundos el calor hace que se sequen y que desaparezcan, sin dejar rastro.

—Todo estará bien, confía en mí —digo. Simón se estremece pero afirma con la cabeza y de a poco se aleja de mí. Con sutileza se acomoda el uniforme y el cabello, y centra su mirada en la lápida de una manera un tanto temerosa—. ¿Sabes quién podría escucharte hablar por miles de horas? —él niega con la cabeza—. Nick.

—Nick ni siquiera está interesado en la mierda que hago.

—Pues deberías intentar entablar una conversación con él e ir despegandote de a poco. Nicolás no muerde, y te aseguro que tampoco es un perro rabioso —me cruzo de brazos. Desvio la mirada hacia la entrada del cementerio, la familia de Gabriel volvía a entrar. Creo que es momento de marcharnos.

—No quiero discutir contigo en este lugar, Jane —dice con un tono elevado, haciendo énfasis en la palabra "este".

—Bien...

—¿Que tal si nos vamos y me cuentas como te estás recuperando? Aún no entiendo ni mierdas que es lo que te pasó.

Afirmo con la cabeza y camino por el sendero de cemento a la par de Simón, en dirección a la salida. Me volteo y miro su nombre por última vez; Soldado Gabriel Hernandez, que en paz descanses.

Nos toma varios minutos salir del laberinto triste y desgarrador que presentaba este lado del cementerio, pero en cuanto salimos el ambiente cambia por completo. Incluso hay una corriente de aire pequeña que nos revive de a poco y nos devuelve la energía. Simón se desabrocha la camisa, su cuello está sudoroso y brillante, el uniforme de la B.S.A.A. no era apropiado para temperaturas tan altas como las de hoy. Quizá están haciendo más de 36° en la ciudad. Pero la sensación térmica debe estar disparada hacia los 40°.

CONFÍA EN MÍ, CAPITÁN | Chris Redfield Donde viven las historias. Descúbrelo ahora