O4 | SAMAEL.

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SAMAEL

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SAMAEL

Jamás había imaginado que besaría a Mallory, quizá cuando era un joven de 20 años lo hice, ella aún no estaba prometida y definitivamente era menor que yo, pero, aun así, llegue a tener la esperanza de que cuando creciera, podría tomarla, incluso llegue a creer que su padre me la daría a mí ¿Pero que iba a ofrecerle yo si era un huérfano que estaba bajo su custodia? Nada, había hombres con más poder, y Taddeo era el hijo de uno de los Lugartenientes de Alessandro, claramente la unión favorecía a ambos en muchos sentidos.

Entonces, cuando ella se comprometió, me quedo claro que jamás iba a probar algo de ella, ni un beso, ni su primera vez, absolutamente nada. Y cuando la vi enamorada y siendo feliz, supe que mantenerme al margen y verla me iba a dar la felicidad que yo no iba a tener nunca con ella.

Pero ahora la tenía entre mis brazos, estaba deshaciéndose, sus labios mordiendo los míos, y mis manos viajando por el cuerpo hermoso que tiene, la cintura, el hueco de su espalda baja y su culo redondo. Tanto ejercicio había tonificado a Mallory de una manera jodidamente increíble. Ella era dolorosamente hermosa.

Y digo dolorosa porque cuando ella aseguraba no poder darme lo que necesitaba, dolía, una parte en mi pecho se apretaba, pero un hombre que mataba y sobrevivía en un mundo de bestias despiadadas, no podía sentir un corazón roto, o al menos no demostrarlo, y yo jamás le dejaría ver a Mallory que ella rompía mi corazón. Era como si lo tuviera entre sus manos y apretara fuertemente, haciéndolo desangrarse. Y por más confianza, y adoración que tuviera hacia ella, decir aquellas dos palabras terminarían con nosotros, aunque nunca hubiéramos empezado.

Mi polla se encajaba perfectamente entre sus piernas, el movimiento de sus caderas era desesperado, una de mis manos subió por completo el vestido, teniéndola solamente con sus bragas y los pechos descubiertos, ambos pezones apuntando a mí, casi suplicando que los chupara hasta que hiciera venir a la musa que gemía sobre mí.

—Si vas a hacer que me corra, hazlo ya.— dijo mientras sus manos desabotonaban mi camisa, sus labios besaban mi barbilla y mi mano acunaba su nalga, y la otra se burlaba de sus pliegues por detrás.

Solté una risa un poco ronca, la excitación siendo bastante evidente.

—Primero, voy a probarte, y claro que te vas a venir, pero en mi boca.— le dije, haciendo a un lado las bragas y acariciando su entrada, a lo que ella se recargo en mi barbilla y gimió, su mano deslizando por toda la cresta de mis abdominales.

Los malditos gemidos que soltaba eran la gloria, nunca la había hecho gemir, pero si me había tocado escuchar muchas veces como alguien más lo hacía.

Pensar en eso hizo que una ola de posesión me inundara, así que reaccione y con un gruñido la acosté sobre el sofá, me cerní sobre ella y la miré.

—Esta noche eres mía, ningún maldito amante te hará gemir o venirte más que yo.— le dije, con mi rostro a la altura de su vientre, mis piernas flexionadas para que pudiera tener acceso a ella, y sus piernas a cada lado de mí.

VENDETTA; L'angelo della morte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora