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MALLORY

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MALLORY.

Cuando vives rodeada de sangre, tragedia y muerte, crees que estás preparada para cualquier cosa que la vida te dé cómo prueba. Te sientes intocable, crees que nunca van a hacerte daño solo porque los hombres alfas, que están destinados a protegerte de las crueldades de este mundo, te lo dicen.

Te aseguran que nunca va a sucederte nada. Incluso se atreven a creer que están por encima de ti porque su fuerza física es superior a la tuya. O porque tienen experiencia en armas, también porque no son una princesita frágil que puede romperse las uñas al tener una pelea.

Se sienten los héroes por qué no temen matar al villano, porque saben que el daño que van a causar, por más atroz que sea, siempre se excusara con la falsa moralidad de lo correcto. Cuando ellos mismos son los villanos.

Mi padre había sido un hombre cruel, me había amado, pero también me había odiado. Yo representaba la pérdida. Su fracaso de no poder mantener con vida a la mujer que amaba.

Así que fui su chivo expiatorio. Me enseño desde pequeña que la vida nunca era justa, que nunca sería feliz, aunque todo estuviera pareciendo perfecto. Me enseño a pelear mis batallas, a lamerme mis heridas y a dejar que cicatrizaran para volver a abrirlas.

Después, cuando supo que el tiempo pasaba y que él envejecía, me dijo que en algún momento debía gobernar a nuestra familia con alguien a mi lado.

Me dijo que el mundo. Nuestro mundo, nunca era bueno con las mujeres. Y que a pesar de todo mi conocimiento, y lo preparada que estuviera para hacerlo, necesitaba a un hombre.

Y fue entonces cuando acepto que su única hija iba a convertirse en la esposa de alguien.

No en la esposa del hombre que yo esperaba, no del hombre que mi niña interior quería.

Mi padre había llegado a una tregua entre su odio y su amor por mí. Me había dicho demasiadas veces que cada corte en mi alma que él infligía con su indiferencia, era por qué me amaba con la misma intensidad que odiaba a sus enemigos. Y que sabía, que aunque fuera la esposa de alguien, jamás sería el trofeo de nadie.

A pesar de que siempre estaría protegida, de que siempre sería cuidada y nunca necesitaría usar mi entrenamiento para mi defensa, no sería la muñeca de un bastardo que se sintiera superior a mí.

Y eran esos momentos, en los que sabía que mi padre me amaba, y que yo también lo hacía. Así que su muerte, fue una gran y profunda herida en mi corazón, pero al menos, se había encargado de no dejarme sola.

Tenía a Samael, y estaba comprometida con Taddeo Bianci, el hombre que me miraba cómo si yo fuera la luna, que me susurraba en cada noche de baile, que me amaba con todo su corazón, y que no importaba lo duro que fuera este mundo, que él estaría ahí para mí.

VENDETTA; L'angelo della morte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora