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A la mañana siguiente, cuando llego a la oficina, la primera persona que me
encuentro al entrar en la cafetería es el señor Kim. Noto que levanta la
vista y me mira, pero yo me hago el ciego. No me apetece saludarlo.
Ahora ya sé quién es y siempre he pensado que los jefazos cuanto más lejos,
mejor. Lagarto, lagarto… Pero la verdad es que este hombre me pone nervioso.
Desde su posición y escondido tras el periódico, intuyo que me está observando,
que me está estudiando. Levanto los ojos y ¡zas! Tengo razón. Me bebo
rápidamente el café y me voy. Tengo que trabajar. Durante el día vuelvo a coincidir con él en varios sitios. Pero cuando toma
posesión del antiguo despacho de su padre, que está frente al mío y conectado por el archivo al de mi jefa, ¡me quiero morir! En ningún momento se dirige a mí, pero puedo sentir su mirada vaya por donde vaya. Intento esconderme tras la pantalla del ordenador, pero es imposible. Él siempre encuentra la manera de cruzar su mirada con la mía.
Cuando salgo de la oficina, me voy directo al gimnasio. Una clase de spinning y
un rato en el jacuzzi tras terminarla me quitan todo el estrés acumulado y llego a
mi casa como una malva, lista para dormir.
Los siguientes días, más de lo mismo. El señor Kim, ese guapo jefazo con
el que he comenzado a soñar y al que toda la oficina venera y lame el culo, aparece
por todos los lados por donde me muevo, y eso hace que me ponga nervioso.
Es serio, borde y apenas sonríe. Pero noto que me busca con la mirada y eso me
desconcierta.
Los días van pasando y, finalmente, una mañana cruzo un par de sonrisitas con
él. Pero ¿qué estoy haciendo? Ese día ya no cierra la puerta de su despacho y su
ángulo de visión es aún mejor. Me tiene totalmente controlado. ¡Qué agobio por
Dios!
Por si fuera poco, cada día que coincido con él en la cafetería me observa… me observa… y me observa. Aunque, cuando me ve aparecer con Jungkook o los chicos, se va rápidamente. ¡Qué descanso!
Hoy estoy liadísimo con cientos de papeles que la tiquismiquis de mi jefa me ha pedido. Como siempre, parece no recordar que Jungkook, aunque sea el secretario del señor Kim, es quien debe ocuparse del cincuenta por ciento del papeleo que gestionamos.
A la hora de comer aparece el objeto de mis sueños húmedos en el despacho y, tras clavar su insistente mirada sobre mí, entra en el despacho de mi jefa sin llamar para salir dos segundos después los dos juntos e irse a comer.
Cuando me quedo sola, me siento por fin aliviado. No sé qué me pasa con ese hombre, pero su presencia me acalora y me hace hervir la sangre. Tras recoger un poco mi mesa decido hacer lo mismo que ellos y me voy a comer. Pero es tal el agobio de papeles que sé que me espera que, en vez de utilizar mis dos horitas para ello, salgo sólo una hora y regreso en seguida.
Al llegar, meto mi bolso en mi cajonera, cojo mi iPod y me pongo mis auriculares. Si algo me gusta en esta vida es la música. Mi madre nos enseñó a mi
padre, a mi hermana y a mí que la música es lo único que amansa a las fieras y reduce los males. Ése, entre otros muchos, es uno de sus legados y quizá por eso adoro la música y me paso el día tarareando canciones. Nada más encender el iPod comienzo a cantar mientras me lío con el papeleo. ¡Mi vida se reduce al papeleo!
Entro en el despacho de la tiquismiquis de mi jefa cargada con carpetas y abro una especie de vestidor que utilizamos como archivo. Ese vestidor comunica con el despacho del señor Kim, pero, como sé que no está, me relajo y comienzo a archivar mientras canturreo:
"Te regalo mi amor, te regalo mi vida, a pesar del dolor, eres tú quien me inspira.
No somos perfectos, somos polos opuestos. Te amo con fuerza, te odio a momentos. Te regalo mi amor, te regalo mi vida, te regalaré el Sol siempre que me lo pidas. No somos perfectos, sólo polos opuestos. Mientras que sea junto a ti, siempre lo intentaría ¿Qué no daría…?"
—Señorito Jung, canta usted fatal.
Esa voz. Ese acento.
La carpeta que tengo en las manos se me cae al suelo por el susto. Me agacho a cogerla y, ¡zas!, coscorrón que me meto con él. Con el señor Kim. ¡Con la angustia instalada en mi cara por la cantidad de meteduras de pata que estoy cometiendo con ese supermegajefazo alemán…! Lo miro y me quito los auriculares.
—Lo siento, señor Kim —murmuro.
—No pasa nada. —Toca mi frente y pregunta con familiaridad—. ¿Tú estás bien?
Como un muñequito de esos que hay en las partes traseras de algunos coches, asiento con la cabeza. Otra vez me ha vuelto a preguntar si estoy bien ¡Qué mono!
Sin poder evitarlo, mis ojos y todo mi ser le hacen un escaneo en profundidad: alto, pelo castaño con mechas rubias, treinta y pocos años, fibroso, ojos azules, voz profunda y sensual… Vamos, un pibonazo en toda regla.
—Siento haberte asustado —añade—. No era mi intención.
Vuelvo a mover mi cabeza como un muñeco. ¡Seré bobo! Me levanto del suelo con la carpeta en mis manos y pregunto:
—¿Ha venido con usted la señora Jennie?
—Sí.
Sorprendido, porque no la he oído entrar en su despacho, comienzo a intentar salir del archivo, cuando el alemán me agarra del brazo.
—¿Qué cantabas?
Aquella pregunta me pilla tan de sorpresa que estoy a punto de soltarle: «¿Y a ti qué te importa?». Pero, afortunadamente, contengo mi impulsividad.
—Una canción.

All You Want (Vhope)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora