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Cuando llego a casa, mi Curro me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi hermana me explica que le ha dado la medicación y sonrío. Qué mona es.
Tras quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer.
Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me lleno el plato y me siento en el sofá a ver la tele mientras los devoro.
Cuando acabo con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente me despierta de repente. Adormilado, me levanto y el pitido vuelve a sonar. Es el telefonillo.
—¿Quién es? —pregunto, frotándome los ojos.
—Hobi, soy Taehyung.
Entonces, me despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor!
Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nervioso. Mi casa está hecha un desastre. El plato con los restos de la comida sobre la mesa, la cocina empantanada y yo tengo una pinta horrible.
—Hobi, ¿me abres? —insiste.
Quiero decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón.
Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un minuto y medio más o menos hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa. Como Speedy González salto por encima del sillón. No me dejo los dientes en la mesa de milagro. Cojo el plato.
Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes de que pueda hacer un movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el plato. Le echo agua para que no se vean los restos.
¡Oh, Dios, está todo sin fregar!
El timbre vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo enmarañado. Lo
arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
Cuando abro, jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a Taehyung vestido con un vaquero y una camisa oscura. Está guapísimo. Siento cómo su mirada me recorre y pregunta:
—¿Estabas corriendo?
Como si fuera tonto, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
—Me encantan tus zapatillos.
Me pongo rojo como un tomate al mirar mis pantuflas de Bob Esponja que mi sobrina me regaló. Taehyung entra sin que yo lo invite. Curro se acerca. Para ser un gato muy sociable. Taehyung se agacha y lo acaricia. A partir de ese momento Curro se convierte en su aliado.
Cierro la puerta y me apoyo en ella. Curro es tan maravilloso que no puedo dejar de sonreír. Taehyung me mira, se levanta y me entrega una botella.
—Toma, precioso. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos copas.
Asiento sin rechistar. Ya está dando órdenes.
Al llegar a la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella, abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo con curiosidad en las pegatinas rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
—Dijiste que te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la mano por la cintura para acercarme a él—. En el aroma de ese champán domina el
aroma de fresas silvestres. Te gustará.
Extasiado por su cercanía, cierro los ojos y asiento. Me pone como una moto. De pronto, me da la vuelta y quedo apoyada entre el frigorífico y él. Mi respiración se agita. Él me mira. Yo lo miro y entonces hace eso que tanto me gusta. Se agacha, acerca su lengua a mi labio superior y lo repasa.
¡Dios, qué bien sabe!
Abro mi boca a la espera de que ahora me repase el labio de abajo, pero no. Me equivoco. Me levanta entre sus brazos para tenerme a su altura y luego mete su lengua directamente en mi boca con una pasión voraz.
Incapaz de seguir colgado como un chorizo, enrosco mis piernas en su cintura y, cuando él pega su entrepierna en el centro de mi deseo, me derrito. Sentir su
excitación dura y caliente sobre la mía me hace querer desnudarlo. Pero entonces separa su boca de la mía y me pregunta:
—¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
Vuelvo a ponerme colorado.
¿Este hombre sólo piensa en sexo? Vale, yo también.
Sin embargo, incapaz de no responder a sus inquisidores ojos, respondo:
—Allí.
Sin soltarme, mira en la dirección que le he dicho. Camina hacia allí conmigo  enlazado a su cuerpo y me suelta. Abre el sobre, saca lo que hay en él y rompe el plástico del embalaje, primero de una cosa y luego de la otra. Mientras lo hace, no me quita ojo y eso que respira con más intensidad. Me agita.
—Coge el champán y las copas.
Lo hago. Este tío va al grano. Cuando acaba de sacar los artilugios de su embalaje camina hacia la cocina y los mete bajo el grifo. Luego, los seca con una servilleta de papel y vuelve de nuevo hacia mí y me coge de la mano.
—Llévame a tu habitación —me dice.
Dispuesto a llevarlo hasta el mismísimo cielo en mis brazos si fuera necesario, lo conduzco por el pasillo hasta llegar ante la puerta de mi habitación. La abro y ante nosotros queda expuesta mi bonita cama blanca comprada en Ikea. Entramos y me suelta la mano. Dejo el champán y las dos copas sobre la mesilla, mientras él se sienta en la cama.
—Desnúdate.
Su orden me hace salir del limbo de fresas y burbujitas en el que él me había sumergido y, todavía excitado, protesto:
—No.
Sin apartar su mirada de mí, repite sin cambiar su gesto:
—Desnúdate.
Chamuscado en el horno de emociones en el que me encuentro, niego con la cabeza. Él asiente. Se levanta con cara de mala leche. Tira los artilugios que lleva en su mano sobre la cama.
—Perfecto, señorito Jung.
¡Buenoooo!
¿Volvemos a las andadas?

All You Want (Vhope)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora