21: Tormenta

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"La línea recta siempre regresa a su dirección inicial aunque en el camino se viera curvada por las manos que intentaban evitar que el final llegara"


La llama azul estaba en sus manos, moviéndose de un lado a otro mientras iluminaba con su luz. No era cálida, no producía más que luz y su tacto era incluso helado. Los dioses habían bendecido el océano con esa preciosa luz, algunas historias de lo más viejo contaban que eran las lagrimas de los dioses que se perdían en el océano, pequeños fragmentos de cielo que servían para iluminar un eterno oscurecer. El sabio balanceaba la llama en sus manos, con los ojos cerrados sentía como esta pasaba de un lado a otro, trasmitiendo nada más que frialdad. Había crecido entre las olas, los dioses lo acompañaban desde que era solo un pequeño tritón y hasta este momento, en el que se había convertido en un viejo sabio con profecías destructivas.

La primer visión que tuvo, fue cuando era pequeño y nadaba de un lado a otro en el mar, se había perdido entre los huesos de los corales y había encontrado la superficie. No supo como o en que momento, pero se vio arrastrado por la marea hasta que su mente dejó de ser suya y pasó a un segundo plano; pudo verlo, la corona sobre la cabeza de un varón y una llama flameando sobre su cabeza. Poco después el rey que entonces gobernaba fue asesinado misteriosamente en una desgarradora noche, en su propio palacio, dejando solo la corona en el suelo. Desde entonces las visiones solo incrementaron, siguiendo un patrón específico, en el que al mínimo contacto con aquella flor azul podía revelar ante sus ojos verdades que era demasiado joven para ver.

Decían que estaba loco, cuando se encerraba en la oscuridad sin la luz de aquella brillante flor; pero lo único que hacía era protegerse del caos. En sus más de cien años de existencia, ninguna buena noticia salió de su boca, la gente comenzó a decir que era un desafortunado diablo que solo predecía el desastre. Predijo el asenso de los reyes y la muerte de los mismos; una desgarradora visión que mantuvo en silencio para no asustar al pueblo marino, y por la que aún tenía pesadillas. Los sabios no eran afortunados por ver algo que para los demás no era visible, esa habilidad era su propio castigo. Se sabía que aquellos sabios en su vida pasada habían cometido crímenes deplorables por los que estaban pagando en su nueva vida. 

No podría describir con exactitud como impactaban las visiones a sus sentimientos; las profecías llegaban a él de formas distintas, las más fuertes eran las que más hacían doler su corazón. Literalmente. Podía llegar a sentir las mismas emociones en carne propia, razón por la cual en su juventud se negaba a tener visiones; en cuanto creció, pudo aprender a asimilar el dolor y a dejarlo expandirse, recorrer su cuerpo y consumir su alma por unos momentos, era la única manera de salvar a gente. Sus ojos veían cosas que los demás no podían ver, y dolía, a veces deseaba arrancarse los ojos para evitar que el peligroso conocimiento lo arrastrara al abismo.

Tenía la flor azul es sus manos.

Su cuerpo comenzó a temblar, una conocida reacción que después de tantos años comenzó a esperar. Era el aviso de lo cercano que se encontraba del futuro; cuando su alma se despegaba de su cuerpo para volar entre las dimensiones, el futuro se perdía entre ellas y su alma nadaba entre las constelaciones para encontrarlo. Sus ojos eran la ventana a las catástrofes, al por venir incierto. El espacio y el tiempo se congelaba para permitirle echar un vistazo al futuro. Esta vez no fue diferente, pudo verlo todo, sentir el sufrimiento en carne propia; el fuego, el dolor, las muertes.

El príncipe del mar || WangXian Donde viven las historias. Descúbrelo ahora