23: Todo

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"La corona en su cabeza cayó como un simple objeto"

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"La corona en su cabeza cayó como un simple objeto"

El mundo estaba consumido en llamas. Su mundo. El palacio se caía a pedazos sobre los cuerpos de las criaturas que yacían debajo como hormigas escondiéndose en el refugio de una roca, si había luz, ese día se rompió el faro y los dejó corriendo por sus  medios por su propia vida. El príncipe estaba paralizado, quedándose sin movimientos y terriblemente congelado sin saber por donde escapar. De hecho, ¿había alguna manera de huir de ese desastre? La curiosidad que apenas alumbraba como una llama en su pecho se disipó por completo, siendo apagada por el miedo y enterrada en su ocho, más tarde le atribuiría a aquella noche el porque de su apagado interés por lo desconocido; debió escuchar a su madre, debió permanecer en el palacio, fue su error querer descubrir porque su hermano había sido llamado al palacio de caza, pero ¿quién asumiría la culpa de lo que sus ojos habían visto?

La filosa espada atravesó el pecho de su madre como una lanza que atraviesa el cuerpo de un animal silvestre; los huesos fueron comprimidos de tal manera que sus músculos formaron un caparazón sobre ellos, tensándose por el dolor.  El filo de la espada, que hasta ese momento no había tenido más contacto que la sangre de animales es cacerías nocturnas, cayó sobre la garganta de Madam Lan y la sangre emanó a borbotones sobre el suelo congelado, cayendo también sobre sus túnicas, manchando la pureza de esa mujer que un día piso ese mismo palacio; aquel que recorrió de un lado a otro como una simple esclava de la casa, aquel que presenció el amor floreciente que ahora yacía igualmente manchado de ese vital liquido. Intentó hablar, pero, asfixiada, no lo consiguió. Se retorció y se contorsionó, pero el príncipe que había llevado acabo ese atroz acto siguió sujetando la espada contra su pecho, quizá congelado, sin poder moverse tampoco.  Lan Wangji no podría saberlo, pues lo único que veía era el rojo esparciendo su camino entre las hendiduras del suelo, y a su madre luchando contra la muerte. Luchando, aquella palabra al rememorar los sucesos le parecía ridícula, pues luchar con la muerte cuando estas a un paso de ella, da el mismo resultado que luchar con el tiempo que no hace sino empeorar la muerte.

Recuerda el aroma metálico del líquido, como la vida abandonaba el rostro antes agraciado de una poderosa monarca. Ya no era más que un cadáver tibio, un recuerdo de los pecados del mundo, y la consecuencia del poder mal manejado. No era más que carne y hueso. La sangre escurrió los suelos, solo bastaron unos segundos en contacto con el mármol para que este absorbiera el calor característico de la sangre, marcando las pisadas de un rey desesperado, un monarca a quien le habían arrebatado la vida. Lan Wangji siguió siendo un espectador, escondido detrás de las barras gigantescas de concreto, tratando de camuflar sus túnicas blancas con las paredes, fue porque no podía mover ni un músculo o soltar un suspiro, que vio como el rey arrancaba la espada de la mujer con sus propias manos, sin importarle si estas rozaban su piel causándole heridas profundas o si solo eran las manchas de sangre ajena.

La ira que emanaba aquel rey era extrema, y no se molestaba en contenerlo, pues con la mujer en brazos, tomó la espada que había atravesado su vida sosteniéndola con firmeza, señalando al culpable. Lan Wangji solo podía ver como su padre apuntaba a su hermano, dispuesto a terminar de una vez por todas con el desastre que su primogénito había provocado.

El príncipe del mar || WangXian Donde viven las historias. Descúbrelo ahora