Capítulo 22. Amor Que Mata Nunca Muere.

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..."Te busqué por pueblos, y te busqué en las nubes. Para hallar tu alma muchos lirios abrí, lirios azules"... José Martí.



Sucedieron tres días en los cuales ni Cayetana ni Khalid quisieron saber nada del mundo fuera del voluptuoso desierto que los rodeaba. Su convivencia fue, sin embargo, casta y sencilla. A la joven se le presentó el periodo y avergonzada se lo informó a Khalid, pues sabía que los musulmanes solían apartar a las mujeres durante esos días.

Al-Ghurair encontró dicha situación como algo normal y por completo inocua. No se apartó de su lado, sino que le procuró eficientes cuidados que la ayudaron a contrarrestar los calambres pélvicos. Incluso había querido ser él quien se encargara de lavarla durante la ducha y aunque Khalid no solía preferir el agua tan caliente la abrazaba contra él y permanecían juntos bajo la cascada para confort de ella, para aliviar el dolor en su espalda baja que la aquejó en esos días.

Cayetana sabía que desde que había dejado su casa poco después de la muerte de su padre, nadie había cuidado nunca de ella así. Con su gentil sonrisa y su profunda mirada él la había atendido con suma consideración y ardiente necesidad. Además de que supo sortear su irritabilidad mostrándole la cultura de la cetreria.

Cayetana se sintió seducida al escuchar de labios de Khalid sobre aquella antigua práctica. Los Emiratos no siempre habían sido la potencia económica que eran en día, hubo una época en la cual vivieron agrupados en caravanas que recorrían el desierto y se alimentaban de pescado del golfo pérsico y de leche de camello. Para poder ampliar su abanico nutritivo se vieron obligados a trampear halcones, les adiestraron y consiguieron que les ayudarán a cazar.

Para la chica fue alucinante verle capturar y ligar al ave a sí mismo, consideró un privilegio que compartiera eso con ella.

La varonil belleza de Al-Ghurair era impresionante, pero no lo había sido tanto como en el momento en que le vio de pie en el vasto desierto siendo uno solo con el ave. «Alsaqr. Sí, él es un halcón» murmuró en su mente al recordar la inscripción en doradas letras presente en el anillo de sus ancestros, y que Khalid portaba con orgullo y respeto.

Bambi les había alojado en su hotel spa y era maravilloso compartir aquella hechizante belleza con Khalid. El resort estaba cercano a la ciudad pero a su vez hacía frontera con la serena tranquilidad de los manglares, y ellos, se habían entretenido navegando en una piragua entre rosados flamencos y altivas garzas. Parecían vacaciones, pero no lo eran. La mexicana podía advertir el peligro respirándoles sobre la nuca.

Cayetana percibía que Omar estaba cerca. Lo sentía. No sabía él cómo o por qué lo sabía, pero su sexto sentido le avisaba que habría de enfrentarlo nuevamente.

Durante el cuarto día ambos dedicaron parte de la mañana a trabajar en sus pendientes y quedaron de reunirse para el almuerzo.

Cayetana ingresó a la terraza en la que se había colocado ya el servicio de la comida y simplemente no pudo retener la sonrisa que curvó su boca al verle.

Khalid estaba de pie en el centro del lugar, sus pies separados, su cabeza inclinada mientras la miraba, sus ojos oscuros acariciándola.

As-Salām 'alaykum, habib —la saludó y su profunda voz retumbó en su pecho cuando la miró fijamente—. Hoy te ves más encantadora que nunca.

Alaykum, salām —replicó ella inclinando un poco la frente.



Él apartó una silla para ella y Cayetana avanzó hacia él con gracia. Le tenía preparada una sorpresa para esa noche, pero esperaría para informárselo.

Vísteme con tu Piel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora