..."Quisiera saber que sería ser tú, saber lo que ves cuando me miras. Si pudiera actuar mi modo hacía ti y cambiar la expresión que expulsas"... (Quisiera Saber, Los Daniels).
El descanso le vino bien a Cayetana. Lo primero que hizo al despertar fue organizar su equipaje y dejarlo cerca de la puerta antes de aventurarse fuera de su edificio al zoco de especias que se situaba cerca, allí desayunó en un cafetín. Luego acudió a una farmacia donde una de las encargadas le desinfectó las heridas y cambió las vendas de sus manos. La joven artista se tardó un poco más de lo previsto en aquellas diligencias y cuando volvía a su edificio ya eran las once y treinta de la mañana.
Terminaba agosto por lo cual se comenzaba a disfrutar de una temperatura general menos tórrida y opresiva. Y Deira la zona en que vivía tenía un aspecto encantador que combinaba la época de auge industrial de finales de los setenta con el cosmopolita lujo del presente. Cayetana iba tan absorta contemplando esos detalles que hacían único a ese distrito, que no notó al todoterreno AMG estacionado al frente de su edificio, solo hasta que vio al hombre de cabello oscuro que caminaba hacia ella y se sorprendió al tropezar con su sonriente mirada.
Para ser un hombre de tan imponente estatura, se movía de forma elegante. Ese día vestía una camisa oxford sobre unos vaqueros oscuros. Parecía un hombre diferente, casual y más abordable. Ella no pudo sino admirar la perfección de su hercúleo torso, como si de una escultura de mármol se tratase, y se sorprendió a sí misma deseando tocarlo.
—Hola —le saludó ella—. No te esperaba tan pronto.
Él tomó el paquete de compras que Cayetana llevaba y ella se lo permitió en automático.
—Pensé en llegar antes por si necesitabas ayuda, como sacar la basura o algo.
—Gracias —replicó la joven sin poder reprimir una sonrisa—. Tenía planeado vaciar los perecederos de la nevera y reunir la basura para botarla. Pero mi equipaje ya está listo.
—Que niña tan buena —ronroneó él y ella sintió un placentero calambre en el vientre. La voz de ese hombre siempre se metía por debajo de su piel y la dejaba zumbando de excitación.
Caminaron uno al lado del otro, permitiendo que sus antebrazos se rozaran en un sensual flirteo. Muy sutilmente.
—Te veo mejor, pero persiste la palidez. ¿Tuviste un día muy ocupado ayer? —le preguntó genuinamente interesado.
Sus oscuros ojos poseían un vivido destello de algo que su expresión camuflaba. Eran unos orbes que la atraían a sus profundidades, que la exigían. Las emociones se multiplicaron tan intensamente en el interior de la chica que desvalida dejó escapar un suspiro, lo cual fue una liberación y un reconocimiento por partes iguales.
—Uy, pero ¿a quién debo agradecerle por ello? —le reprendió juguetona y él sonrió.
—Tu Calvin es un hombre un tanto nervioso —señaló disimulado.
—No lo llames "mi Calvin" —replicó ella cuando él se hizo a un lado para dejarla ingresar primero al ascensor. Al-Ghurair rió suavemente a su espalda envolviéndola en una aterciopelada y auditiva sensación. Y a pesar de que ella también sonrió, hizo un esfuerzo por mostrarse sarcástica al añadir: —Y sí que es un hombre excitable, pero ¿qué esperabas después de cómo lo engatusaste ayer? O sea, tipo él se siente por completo en deuda contigo por tu contribución a su negocio.
—Qué descortés eres cuando hablas en ese sardónico tono —replicó Khalid con un modulado ronroneo que la dejó sin aliento. Las puertas se abrieron en el piso de Cayetana y ahí notó que él le había quitado las llaves de las manos cuando inquirió:—¿Cuál es tu puerta, habib?
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Vísteme con tu Piel.
RomansaKhalid Al-Ghurair, un poderoso hombre de negocios, que se siente atrapado entre las tradiciones y el deseo de hacer su propio camino. Cayetana Salas una brillante artista que prefirió las candentes arenas de Arabia para dejar en estas las huellas...