Capítulo 3. Enloquéceme.

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..."Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo"... Khalil Gibran.

Khalid notó que el tardío estrés por el ataque que Cayetana había sufrido comenzaba a hacer mella en la joven. Si antes había estado pálida, en ese momento estaba blanca como el papel. Khalid puso sus manos en los hombros de Cayetana, sosteniéndola con firmeza, estaba helada. 

—Aún tienes unas manchas de sangre en el rostro, me encargaré —le informó y se alejó unos pasos para tomar un paño y mojarlo con el agua tibia de la tarja.

Pese a que ya había demostrado que carácter no le faltaba, Cayetana se sometió dócilmente a sus cuidados  y aquel instante fue como un bálsamo de tranquilidad para ambos.

—Vamos los oficiales están esperando —murmuró.

Al ingresar al salón, Khalid percibió la interesada mirada con la cual Cayetana reconoció las obras de arte que colgaban de los muros y el piano de cola que estaba en un lateral del lugar. Su rostro se había iluminado al encontrarse con un óleo de Monet y cuando ella le buscó los ojos no pudo reprimir la sonrisa que tiró de las comisuras de sus labios: ella aprobaba esa obra en específico. No. No solo ella la aprobaba, la propia obra parecía aprobar a la joven. Fue como si su pintura favorita le recomendara a la chica.

Enseguida Cayetana se dirigió a los inspectores de policía y después de que estos se asegurarán de la gravedad de sus lesiones, todos tomaron asiento y los agentes comenzaron a interrogar a la joven.

El relato de lo sucedido le puso los vellos en punta a Khalid.

El atacante la había sujetado por la espalda y no había logrado ver su rostro con claridad. Dio algunos datos vagos sobre su vestimenta, pero cuando repitió las obscenidades que ese infeliz le había murmurado al oído, él quiso con desesperación encontrar a ese bastardo y desmembrarlo.

—¿Algo más que pueda recordar? —inquirió en un cansado suspiro el oficial que tomaba las notas.

—Lo siento —murmuró ella al sacudir apesadumbrada la cabeza—. Incluso si pudiera usar mis manos, no podría hacer un bosquejo que se acercara. Simplemente no tuve oportunidad de verle bien.

Khalid sintió que algo se extendía en él con calidez.

—¿Acaso eres artista? —preguntó con la esperanza vibrando en su voz.

Cayetana le miró directo a los ojos.

—Sí, aunque me empleo en una compañía de publicidad y realizo desde storyboards para anuncios de televisión hasta logos y papel membretado.

—¿Eres buena?

—Claro que lo soy —replicó ella ofendida, pero su voz sonó pastosa por el efecto de los sedantes.

—Bien, nosotros nos retiramos —anunció uno de los oficiales.

Khalid estrechó sus manos como despedida y dejó que Nader les acompañara a la salida. Observó que Cayetana parecía estar por completo agotada. Se veía más pequeña, hundida en el sofá en que estaba sentada y sus ojos no parecieron enfocarle bien cuando él se acuclilló delante de ella.

—Siento ser una molestia.

—No lo eres.

—Me siento extraña —mencionó frunciendo adorablemente el ceño.

—Es el efecto de los sedantes.

Ella parpadeó con fuerza y luego le miró aturdida.

Vísteme con tu Piel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora