..."Mansamente, insoportablemente, me dueles. Toma mi cabeza. Córtame el cuello. Nada queda de mí después de este amor"... Jaime Sabines.
¿Casarse con Emilan Lambert? ¡¿Ser su mujer?!
Khalid se esforzó por mantener su rostro impasible, pero un cañonazo no lo habría sorprendido más que ese anuncio. Iba a replicar, incluso abrió la boca y entonces ella lo despachó de un portazo. Lo siguiente de lo que tuvo conciencia fue de estar apretando el volante de su auto con tanta fuerza que los nudillos de sus manos estaban blancos.
¡Allaena, lays! (¡Joder, no!) Él ya había perdido suficiente en la vida, ¿por qué había debido enamorarse de una mujer a la que desde un inicio supo que no podría conservar? Su mandíbula dolía por la fuerza con que apretaba los dientes. Su cuerpo tenso de furia ante la idea de que otro hombre la tocara. La agonía que eso le causaba seguro solo se podría comparar con morir lentamente por envenenamiento.
«Baba, samihni (Padre, perdóname) —rezó en su mente—. Esto es más fuerte que yo.»
Khalid se resistía a perder a Cayetana. No lo haría. El motor del auto rugió cuando Al-Ghurair lo hizo volver a la vida presionando el encendido y su pie se hundió fuertemente en el acelerador.
No soportaba más la pesadilla en que se había convertido su vida. La terminaría de un tajo ya mismo.
Las sombras de la noche parecían arrastrarse por los costados del camino que poco a poco lo alejaban de Dubai y sus vibrantes arterias. Las tranquilas villas entre las cuales se erigía la casa de Almenhali vieron pasar raudo a su Mercedes.
La residencia normalmente envuelta en un alegre bullicio se encontraba un tanto silenciosa, Al-Ghurair echó un vistazo a su reloj y maldijo para sus adentros. Decidió que haría una visita muy corta. El mayordomo se acercó atento a su llamado al timbre y él pidió ver al embajador.
—La familia está cenando, señor —le informó el sirviente—. ¿Le importaría esperar en la biblioteca?
Khalid asintió y se dirigió a la estancia que le indicaron. Enseguida un mozo de la casa le llevó un servicio de té y lo dejó solo.
Al-Ghurair se sirvió una taza y la bebió lentamente. Su corazón y su conciencia se sentían de nuevo en paz porque esta vez haría lo correcto. Cuando dejaba el delicado recipiente aún tibio sobre la mesa, decidió que visitaría Cartier por la mañana. Cuando un hombre se arrastraba en busca del perdón de una mujer, siempre era de ayuda no llegar con las manos vacías.
El embajador, se agarraba del puño de mármol de su bastón con sus nudosos dedos cuando entró con endebles pasos en la biblioteca. Khalid sintió una enorme pena por verle tan débil.
—Excelencia, permítame ayudarle —le saludó y lo hizo sostenerse de su brazo hasta que logró acercarlo a un sillón y el anciano tomó asiento. Al-Ghurair permaneció de pie.
—Me sorprendió tu visita, Khalid —dijo, entrecerrando los ojos—. ¿Qué sucede?
Khalid sacó el torso y levantó el mentón cuando le miró desde su altura.
—No me casaré con su hija —expresó firme.
El silencio que llenó la estancia fue semejante al de un mausoleo. La boca de Almenhali se convirtió en una dura línea y evidentemente sobresaltado, escuchó la desaventurada charla que había sostenido con Cayetana y que ella se negaba a convertirse en su segunda esposa. Khalid vio que una turbulenta emoción iba creciendo en el anciano conforme el le exponía los hechos. Sabía que le estaba complicando sus últimos días en la tierra, pero nada le parecía más doloroso que perder al amor de su vida por cumplir un cacareado deber.

ESTÁS LEYENDO
Vísteme con tu Piel.
RomansaKhalid Al-Ghurair, un poderoso hombre de negocios, que se siente atrapado entre las tradiciones y el deseo de hacer su propio camino. Cayetana Salas una brillante artista que prefirió las candentes arenas de Arabia para dejar en estas las huellas...