eso no es cierto

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La cabeza de Atenea daba vueltas. Tuvo que apoyarse en una de las paredes del pasillo para poder enfocar su mirada. ¿Qué le estaba pasando con esa mujer? Pensar en ella, en el recuerdo del beso que acababan de tener segundos antes, hizo que se le acelerara el corazón una vez más.

- Ay, dios mío - susurró.

Terminó abandonando la facultad antes de que Zulema saliera de su despacho y se la volviera a encontrar. Evitó también pasar por la cafetería, pues en aquel momento lo único que necesitaba era estar sola.

La tarde anterior le habían devuelto su coche, por lo que pudo salir de allí sin tener que esperar la llegada de algún taxi. Condujo por las calles sin ser plenamente consciente de a donde se dirigía. Cuando se dio cuenta de que se estaba alejando demasiado del centro, dio media vuelta y cambió el rumbo hacia el colegio de Leo. Le había prometido esa mañana que sería ella quien iría a recogerle.

Al salir con tanta prisa llegó al colegio con media hora de antelación. Busco un banco en el que sentarse a esperar, y volvió a sacar el libro que había empezado a leer en Derecho Penal. Intentó concentrarse en la lectura pero no fue capaz. Sus recuerdos iban una y otra vez a lo que había pasado en el despacho, a como se había dejado llevar una vez más.

Cerró las páginas al comprender que aquello sería una lectura inútil y empezó a pensar en la mirada que había visto en Zulema. En un primer momento creyó ver rechazo, y por eso se había despedido con tanta rapidez. Pero ahora que lo pensaba, no era rechazo, sino miedo. Le había parecido ver miedo en los ojos de la pelinegra.

Sacudió la cabeza. Tal vez todo aquello no fueran más que imaginaciones suyas.

El timbre que anunciaba el final de la jornada escolar sonó, y se levantó justo antes de que una multitud de niños salieran de la escuela. Cada uno de ellos iba en una dirección, corriendo hacia sus madres. Una ligera sonrisa de tristeza cubrió sus labios cuando pensó en Leo, y en que él nunca podría correr hacia su madre como lo hacían el resto de sus compañeros.

Muchas veces se preguntaba si lo estaba haciendo bien, si lo estaba educando como debería. Se sentía muy insegura, y aunque Sole le repitiera una y mil veces que nadie lo podría hacer mejor que ella, ella pensaba que sí. Que la querida madre de Leo podría educar a su hijo mucho mejor que ella.

- Mami - el pequeño que ocupaba sus pensamientos en ese momento corrió hacia ella para lanzarse a sus brazos. Se había olvidado de que aquel día era ella quien venía a buscarla, y se había llevado una gran sorpresa al verla esperando - ¡Qué bien! - la abrazó con fuerza cuando esta le levantó del suelo.

- ¿Qué bien el qué?

- Que estés aquí.

- Si te dije que iba a venir.

- Lo había olvidado - rozó sus narices como solían hacer antes de sonreír - Hoy Estrella no vino - dijo entonces, poniéndose muy serio y con los labios curvados hacia abajo - La maestra dice que está enferma.

- ¿Y la echaste de menos? - sonrió al ver al pequeño tan afligido. Al final si que iba a ser cierto que le gustaba aquella tierna niña.

- Mucho.

- ¿Y te sigue gustando? - preguntó entonces, mientras, aún con él en brazos, caminaba hacia el coche.

- Un poco... - confesó con cierta timidez.

- ¿Sólo un poco?

- Sí, mami - se ocultó el rostro tras las manos - Sólo un poco.

- Vale, vale, si yo te creo - lo dejó en el suelo mientras abría las puertas del coche - ¿Qué te apetece comer hoy?

inesperada {zulema zahir}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora