ah, no sé, tú sabrás

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Era el turno de Zulema para hablar sí, pero antes de decir nada sujetó el rostro de la morena entre sus manos para acercarla suavemente a ella y unir sus labios muy lentamente.

Atenea, sorprendida al principio, terminó cerrando los ojos para disfrutar de aquel contacto. Unos segundos después, se separaron. Zulema la miraba de una forma tan serena que le hizo comprender que, hablar con ella, había sido la mejor de las decisiones.

La pelinegra volvió a tirar de ella, esta vez para abrazarla. Con la cabeza apoyada en su pecho, sintiendo el latir lento y constante del corazón de Zulema, se permitió llorar. Lo que al principio no fue más que una pequeña lágrima cayendo por su mejilla, terminó convirtiéndose en muchas más, cayendo desconsoladamente a ambos lados de su rostro. Zulema la sintió temblar y no hizo otra cosa que abrazarla con más fuerza. Sentía que Atenea se estaba rompiendo en sus brazos, y que su labor en aquel momento era aferrar cada pedazo para mantenerlos unidos.

- Ya está - susurró calmadamente sobre su cabeza - Ya está - cuando la respiración de la morena, tras cinco largos minutos, se normalizó, la separó un poco de ella para mirarla a la cara - Lo siento mucho - la vio abrir la boca para decir algo, pero le hizo una seña para que la dejara continuar - Siento haber reaccionado de una forma tan infantil. Me creí con el derecho a saberlo todo sobre ti y ahora... - miró a su alrededor - Entiendo que no tenía que ser así - elevó una de sus manos para acariciar la húmeda mejilla de la morena, que sonrió ligeramente ante el gesto - Creí que no me lo habías contado porque no confiabas en mí o... No sé, porque no querías que Leo supiera de mí. No pensé que fuera tan duro de hablar. Y de escuchar. Ahora lo sé. Y lo siento. Por haberme alejado, aunque sólo fueran unas horas - sonrió - Y por haberte alejado cuando era lo último que quería.

Atenea abría la boca para decir algo justo en el instante en el que una vocecita adormilada llegaba desde el pasillo. Se alejó rapidamente de Zulema para secar sus lágrimas y, antes de que la pelinegra pudiera malintepretar el gesto, sujetó su mano y tiró de ella hacia fuera.

- ¿Mami? - Leo se asomó por la habitación justo antes de que les diera tiempo a salir - ¿Zulema? - la boca del pequeño se abrió de par en par al ver a la tía de su amiga en su casa.

- ¿Qué haces despierto, cariño? - la morena se inclinó sobre el niño para poder levantarlo - Ya es tarde.

- Es que tenía hambre - se llevó la mano a la barriga, como para darle más énfasis a sus palabras - No cené.

- Eso es verdad... ¿Y qué te apetece?

- ¿Cereales?

- Me parece una buena opción.

Le hizo una seña a Zulema para que los siguiera y esta lo hizo tras dejar la luz de la habitación apagada y la puerta bien cerrada. Cuando llegó a la cocina el pequeño estaba sentado en su silla, moviendo las piernas adelante y atrás mientras la morena preparaba todo lo necesario.

- ¿Quieres cereales?

Zulema tardó un poco en ser consciente de que el pequeño le estaba hablando a ella.

- Tengo de muchoa tipos. Puedes elegir. Seguro que hay uno que te guste.

Atenea, de espaldas a ambos, sonrió ligeramente. Tendría que haber supuesto que Leo no tendría ningún problema con Zulema.

- No tengo hambre, pero gracias.

- ¿No te gustan los cereales? - Leo parecía preocupado, y la morena, percibiendo la incomodidad de Zulema, decidió que era un buen momento para intervenir.

- Leo, cariño, no todo el mundo cena cereales. Igual Zulema prefiere desayunarlos, ¿entiendes?

- Ah, claro - asintió - Pues que los tome mañana por la mañana.

inesperada {zulema zahir}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora