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˖╲ʾ ִ✦ narrador omnisciente !
Los siguientes días habían pasado de una forma lenta y tortuosa. Vinnie y Jackeline a penas hablaban. La castaña se encerró en su propia burbuja luego de la gran discusión que tuvo con su madre y no le apetecía estar con nadie más que no fuera su hermano.
Con Jacob si hablo, hablo demasiado durante horas sobre lo que iban a hacer, escucho a su hermano en todo momento y supo que lo que sea que el decidiera, estaba bien para ambos. Y llegaron a una conclusión final...
Se irián con su madre.
Aunque a Jackie le dolía dejar el lugar en donde vivió toda su vida. Dejar a los pocos amigos que tenía, sabía que irse sería la mejor decisión de todas. Seattle ya no se sentía como su hogar, de hecho nunca lo fue. Nunca se sintió cómoda en ese lugar.
Mejor dicho, nunca se sintió cómoda en ningún lado. No encontraba su lugar en ningún sitio. Solo se sentía segura cuando los brazos del rubio la rodeaban. Pero no más.
No tiene un hogar.
Y eso es demasiado deprimente para ella.
Con los ojos pesandole debido a las lágrimas que soltó la noche anterior. Jackie se levantó de la cama en dónde dormía con Jacob y comenzó a dirigirse hacia el baño. Con una mueca y mucha lentitud hizo todas sus necesidades, aprovechando el momento también para darse una ducha.
Se quedo en el baño por lo menos una hora. Hasta que vio como la piel de sus dedos comenzó a arrugarse y, cuando su cabeza dejo de soltar comentarios hirientes hacia ella misma, supo que ya debía salir. Se colocó su pijamas de nuevo y sin ánimos de nada, salió del baño y del cuarto en dirección a la cocina.
En esta se encontraba María, la madre de Vinnie. Quien se sorprendió al verla de pie. Hace días que Jackie no se levantaba de la cama.
Jackeline creyó que la señora le diría algo por su ausencia estos días. Pero no fue así, sino todo lo contrario. María le sonrió abiertamente y moviendo sus manos, le pidió que se acercará.
—Jackie, cielo. Ven, come algo. Vinnie me dijo que estos son tus favoritos —con su voz dulce y melodiosa le dijo tal cosa.
Jackie le hizo caso, se acerco hacia la mesa a paso lento y se sentó en frente de ella. La mujer de unos cuarenta y tantos años la miraba con una mueca. No de lastima o de pena, sino de tristeza, parecía como si en serio le doliera ver a la chica de esa forma.
—Todo estará bien —susurró, con lágrimas en los ojos y una dulce sonrisa que no llego a su mirada —. Ya sufriste mucho, es tiempo de que descanses un poco. El lo entenderá.
