Capítulo 23

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Nadie hablaba. Ninguno quería ser el responsable de la rotura del silencio que se había establecido. Los humanos se miraban entre ellos con confusión y fascinación. Las ninfas se contemplaban estáticas manteniendo una batalla en sus mentes, y quién sabe si en la de sus compañeras también.

Los acontecimientos se habían sucedido demasiado rápido. La llegada de Hiraky, la liberación de los cuatro capturados, el reencuentro de las ninfas y la pelea entre ellas. Gin se había lanzado a los brazos de su hermana en cuanto el peligro paso, incluso Lea, serena y implacable, se unió a ese abrazo que denotaba la falta que le hacía su hermana mayor. La más pequeña no tardo en refugiarse en sus brazos también, advirtiéndola del miedo que se apoderó de su corazón en el momento en el que Mia desapareció de su lado. Fue en ese momento cuando las cosas se precipitaron. Hiraky dijo conocer el lugar en el que Mia se encontraba, y les suplicó que volvieran a confiar en ella lo suficiente como para contar con su ayuda. Ella sola no podía salvar a Mia, o tal vez simplemente no quería hacerlo sola. El resultado de su demanda fue más que predecible, Bella no tardó en aceptar la misión y en prometer a su hermana que no quedaba rencor hacia ella. Si alguna vez sintió resentimiento este había sido borrado como una mala pesadilla. Pero la respuesta de Yua no fue tan favorecedora. Tal como Hiraky esperaba le echo en cara su comportamiento, su traición, su abandono, su poca consideración y respeto al volver tras mil años de silencio y esperar su colaboración. Quería salvar a Mia, mas no quería trabajar con ella. La respuesta de Hiraky fue implacable: el mismo error que ella cometió hace mil años, Yua lo estaba cometiendo en este momento. Yua no lo entendió, y la mente de Hiraky era inaccesible. Pero no así la de Bella, que si había comprendido la insinuación de la más mayor, y no pudo evitar pensar que si estaba en lo cierto ella sería la última en enterarse y la que menos podría hacer al respecto.

Desde entonces todas discutían en gritos silenciosos que solo ellas podían escuchar. Yua era un volcán activo que nunca sabías cuando podía entrar en erupción, y en ese instante estaba a punto de explotar en fuego y reproches. Se acercó a ellos por necesidad, para comprender la traición que llevaba años atormentándola. No había arrepentimiento en su corazón, tenía la necesidad de conocer a esos seres y de saber si eran tan fascinantes. Y los había conocido. Y no lo eran. O eso quiso pensar hasta que vio a I-Shui abrazando a su hermana con fuerza, prometiéndole maravillas que no se harían realidad, diciendo cualquier cosa que pudiera sacarle una sonrisa, asegurando que las penurias pasadas no son tiempo perdido sino experiencia ganada. Llamándola ¨hormiguita¨.

Yua no podía mentir. Los mismos seres que la dañaron se habían abierto un lugar solo para ellos en lo más profundo del alma de la ninfa. Los humanos tenían demasiadas facetas para comprenderlos. Y ella solo quería que todos los humanos fuesen como los que tenía a su lado. Porque así Mia no habría cometido un error al crearlos. Así la marcha de Hiraky no sería una traición. Así el tiempo que pasaron junto a ellos no sería un mal recuerdo forzado al olvido.

La discusión terminó cuando Yua dudó. Ni siquiera ella podía negar que algunos humanos lejos de ser sus enemigos, eran sus más fervientes admiradores. La conclusión del pacífico altercado fue unánime. Antes de decidir quién cometió un error y quién debía pagarlo, habrían de rescatar a aquella que más sabía sobre esos seres. Y eso era algo que tenían que hacer juntas, no porque no hubiera otra opción, sino porque los hermanos tenían ese costumbre de hacerlo todo unidos. No hay mayor confianza a la de una familia.

Y así marcharon. Saiko devolvió su colgante a Bella y se inclinó en una reverencia para despedirse, pero antes de que marchara Hiraky la detuvo. Le cedió uno de sus medallones a Saiko y otro a su hermano. Cuando el portador de un medallón muriera el otro brillaría y desaparecería. Ambos colocaron el medallón en su brazo derecho, y mientras este permaneciera apagado sus temores también estarían escondidos.

I-Shui vio marchar a su hermana, y aunque confiara en ella, aunque supiera de su fuerza y astucia, la sola idea de separase de su única familia de nuevo, de dejarla marchar con tan solo quince inviernos de experiencia para combatir a tan fuerte enemigo, le producía un dolor físico en su pecho, que si se mantenía, estaba seguro de que le impediría seguir caminando. La menuda figura de Saiko desapareció en la lejanía, y solo entonces se percató de la gravedad de la situación. Hiraky les había contado que en el bosque de Bisagüa se había producido una alteración en el relieve cerca de la cordillera.

-¡El barranco!- Exclamó Himerish recordando ese momento de impotencia cuando creyó haber olvidado el bosque de su infancia.

Hiraky asintió, como si ella hubiera estado allí ese día y supiera a que se refería. Al perecer algunas ninfas de la tierra llevaban meses trabajando ahí sin un motivo establecido. Según Hiraky, habían moldeado el terreno, antaño liso, creando una inmensa mole de tierra y piedra, la cual si pudiéramos ver desde el aire observaríamos que es totalmente redonda. La cercanía de la cordillera Sonecagüa despistaba a los pocos viajeros que el bosque recibía, creyéndola una más de las muchas montañas. Himerish se percató de la presencia extraña de esta montaña, pero las ninfas que en el bosque vivían no la percibieron, como si la niebla cubriese sus ojos al intentar acercarse.

En el interior de la joven montaña, a escondidas de todos, se encontraba encerrada Mia y todas sus hijas. Ninguna ninfa de la fauna quedaba para defender a los animales de su sufrimiento. Una magia más poderosa que el inicio del mundo se había reunido para atrapar a una de las hijas de Gea. La catástrofe que esto podría ocasionar solo podía ser imaginada.

Allí irían a rescatarla. Hiraky no se distendió en más explicaciones, y tal como había hecho antes, los agarró a todos y desapareció de la vista. No es que Hiraky pudiese transportarse de un lugar a otro, sino que la velocidad que alcanzaba la luz era inimaginable para aquellos que solo contaban con sus piernas. No tardaron siquiera un parpadeo en encontrarse frente a la montaña.

Tanto I-Shui como Himerish aún trataban de recuperarse de la fastidiosa sensación de desplazarse a tal velocidad, además de ser la segunda vez que sufrían esta molestia. Cuando por fin se irguieron contemplaron un espectáculo temible. Aquellas ninfas que habían conocido, tanto las que habían pasado numerosos días a su lado, como las que solo habían podido admirar su fuerza en silencio, desecharon sus ropas. En lugar de los llamativos vestidos que portaban, un fluido negro se deslizaba por sus pieles, acariciándolas, cubriéndolas. Hasta que sus pieles solo fueron negras. No era ninguna prenda que las cubriera, bajo aquel color se podían adivinar las formas de sus cuerpos, como si el color hubiera desaparecido en ellas volviéndolas oscuras, perdonando solo sus ojos, única parte que aún mantenía color. Pero no un color normal. Las pupilas se habían empequeñecido, y los iris parecían tener vida propia, como si una tormenta se hubiese desatado en ellos. El color que se presentaba en ellos era el mismo en todas, un color indefinido que no había visto antes, como si el arco iris bailara en sus ojos produciendo juegos de colores y creando otros de cuya existencia dudaban. Sus cabelleras desaparecieron, inútiles para ellas. En este momento reconocerlas era una apuesta imposible de ganar.

Desenvainaron sus espadas dispuestos a la batalla. Ahora estaban seguros de que tendrían que luchar. Sin embargo después de ver de lo que eran capaces las ninfas dudaban poder aportar algo a la lucha. Pero esto era algo que sentían que debían de hacer, esta batalla determinaba la liberación de una ninfa que había velado por toda la humanidad en completa discreción. Aquella ninfa que era la madre de todos los humanos, su propia creadora. No podían imaginar los motivos por los que mantenían encerrada a semejante criatura, era hermana de las ninfas que crearon su prisión y madre de los humanos que empezaron esta guerra. Las razones por las que alguno de esos grupos la mantenía cautiva eran irrelevantes ahora. La liberarían por pequeño que sea su poder. Animados por estos pensamientos siguieron a las figuras oscuras de las que dependían sus insignificantes vidas con una sola palabra en sus mentes: Venganza.

Los siete templosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora