Capítulo 24

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Himerish comprendió al instante que no había nada que su discípulo ni él pudieran aportar a la lucha. Sus espadas no llegaban jamás a su objetivo, y la única vez que rozó a una ninfa con su hoja esta perdió el filo y el orgullo. Sin embargo seguía luchando incansable, aunque su esfuerzo fuese vano, la idea de quedarse quieto esperando un resultado favorecedor le era irritante. I-shui a su lado peleaba con la misma furia y se culpó por haber sometido a un pobre crío sin otra opción a participar en batallas sin sentido. Porque si algo le había enseñado su padre es que ninguna batalla ni guerra tenía una justificación, y si preguntabas por su inicio nadie sabría darte una respuesta satisfactoria. Esa batalla era igual a las demás. Peleaban por rescatar a alguien a quien nunca habían visto, alguien que supuestamente era inmune a las cadenas. No había razón para tenerla encerrada. No había razón para que ellos fueran sus salvadores. Y aún así, sentía que si arriesgaba su vida por salvar a esa criatura se arrepentiría cada día que le quedara por vivir.

Observó una brecha en sus enemigas, y se dio cuenta de que sus aliadas, aunque menores en número, avanzaban con facilidad. No supo si era porque sus compañeras las superaban en fuerza o si era porque sus enemigas no luchaban de verdad en esa batalla. Veía dolor en esos ojos. No veía el entusiasmo ni la concentración de quién dependía del resultado de la contienda. De hecho algunas de ellas desaparecían en la tierra antes de efectuar un ataque demasiado peligroso. Y entonces no le cupo ninguna duda. No querían esto. Lo hacían como quien cumplía con un deber, pero sus mentes estaban lejos de allí, en un lugar donde no pelaban con sus hermanas, en un lugar donde no traicionaban sus instintos con batallas innecesarias. Creyó que no había nadie allí que quisiera luchar de verdad. Creyó, al ver a sus compañeras entrar en la montaña, al ver a I-Shui interrogándolo con la mirada si debían seguirlas o permanecer allí,  creyó que el mayor pecado de los humanos no eran los bosques arrasados ni los animales extintos, su mayor pecado era haber separado a unos seres que intentaban solucionar el mismo problema con métodos diferentes. Le indico a I-Shui que le siguiera de vuelta al espesor del bosque, a la seguridad. No había nada que pudieran hacer allí. Miró con tristeza la montaña y esperó no haber cometido un error. La ninfa que se encontraba allí encerrada, la madre de los humanos, podría unirlos a todos. No lo sabía, lo esperaba. Y lo esperaba con toda la fuerza de su corazón.

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Corría detrás de Bella quemándolo todo a su paso. Su fuego no mataría a ninguna de su propia especie a no ser que ella así lo quisiera. Sus hermanas caían a su paso, dejándoles el camino libre hacia Mia. Yua sabía que era fácil porque no oponían resistencia. Y eso la asustaba. Si no quieren hacerles daño es porque esto no es lo que ellas quieren. No son las dirigentes de ese movimiento, lo hacían porque una fuerza mayor las empujaba a ello. No quiso pensar que fuerza sería lo bastante potente como para que se doblegaran ante ella, traicionando su libertad, traicionando su especie. En el fondo sabía que era el responsable de toda la confusión y el dolor que había surgido. Pero la sola idea era tan aterradora, tan inverosímil, que su mente la desechó de inmediato.

-Es aquí...- Apenas un suspiro se aventuró fuera de los labios de Hiraky.- Yo iré a buscar a Mia. Vosotras salvar a sus hijas.- Dicho eso desapareció en un destello. Yua quiso replicar, pero sabía que era absurdo. Sea cual fuera la celda capaz de mantener encerrada a Mia ella no podría  destruirla. Y supo que Hiraky si conocía la naturaleza de la jaula, su hermana siempre sabía lo que pasaba en cualquier lugar. Quizás porque estaba en todos los lugares y en ninguno a la vez.

Filly eliminó las pesadas puertas de piedra que las separaban de las cautivas. La pesada roca se doblegó a su voluntad, plegándose contra las paredes y escondiéndose en los huecos que formaba el techo. No hubo palabras de ánimo. Simplemente cada una fue en una dirección como si ya hubiesen determinado cual era el camino que debían de seguir. Yua ascendía por rapidez por las cuestas empinadas y cada vez que sentía una opresión en el pecho sabía que era una llamada de socorro, se dirigía al lugar de donde provenía ese alarido silencioso y arrogaba unas llamas negras de dolor y furia sobre unos barrotes inexistentes que solo se dejaban ver cuando ya estaban destruidos. La ninfa recién liberada solo se quedaba a su lado el tiempo suficiente para agradecérselo y memorizar su cara y su esencia, como una promesa de una futura aliada. Después desaparecía en la misma dirección que lo había hecho Hiraky, hacia su madre.

Si esto lo hubiera llevado a cabo un humano habría perdido la cuenta de las celdas que destrozó. Per Yua recordaba cada rostro que vislumbró antes de que desapareciera de su lado a una misión de mayor importancia, como si no llevasen meses encerradas. Recordaba haber visto en sus ojos rastros del dolor pasado. Percibía el sufrimiento de saberse privadas de su libertad por las que consideraban hermanas, de saber que sus hijos, la preciosa fauna que ellas habían creado para Norland, estaban muriendo con lentitud y desesperación. Y sabía también que ellas conocían parte del secreto de su enemigo. Yua sintió desesperanza en su alma al ver una guerra aproximarse. Pese a lo que mucho creían, el hecho de fuera fuego no la hacía aliada de la guerra y la muerte. El fuego era una herramienta de la naturaleza para completar su ciclo, para que todo volviera a empezar. Y tanto las ninfas como los humanos necesitaban volver a empezar.

Rehízo el camino cuando oyó un eco de la voz de Hiraky en su cabeza. ¨Hay que volver, lo hemos  conseguido¨. Eso le pareció entender. Solo habían tardado un día y no había resultado difícil, y eso la incomodaba en sobre manera. ¿Ha sido un fallo del enemigo o este quería que lo lograran? No podía saberlo en este momento. Primero debía saber cuál era el objetivo de su enemigo, y si tenía razón respecto a su identidad, su objetivo estaba claro. Casi vio todos los planes adversario expuestos ante ella, con datos y fechas incluidos. Por el ruido de su mente supuso que sus hermanas se habrían dado cuenta también, y le alivió que la voz de Mia se encontrase mezclada entre las otras. Pero su alivio no duro mucho, si la identidad en la que pensaba con intensidad era cierta conocer sus planes era lo menos importante, su sola participación en esta guerra y el hecho de que se encontrase en el bando contrario tenía implicaciones que harían temblar Gaya. Y que los Dioses los protegiesen a todos cuando la guerra estallase, porque esto es algo para lo que Gea nunca preservó el mundo. 

Los siete templosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora